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Se cubrió el rostro con ambas manos y lloró mientras que cada lágrima de veneno caía sobre el jardín de flores frescas. Iban muriendo una por una, se marchitaban hasta secarse y consumirse y quedaban hechas polvo contra la tierra. La mujer joven no controlaba bien sus emociones o su poder, destilaba gran cantidad de veneno cuando la poseía la tristeza.

Era una tontería, pero cuando alguien le regalaba cariño o amabilidad, en contraste a todo el sufrimiento que tuvo que pasar siendo una humana, dolía. Pensaba que no lo merecía.

Trató de dejar de llorar, recogió los pequeños pedazos de cristal en la tierra y, aunque no podía volver a unirlos, quiso creer que podía arreglarlo. Era inútil, una joya tan preciosa era frágil ante una caída o un descuido. Velvet dejó que la amargura consumiera su cuerpo y su aura de overlord, las ramificaciones negras de su poder se extendieron como la más espesa brea e invadieron todo el jardín y más allá. Debido a esto, mucha vegetación se arruinó.

Lloró sin emitir más sollozos, no sabía cómo controlar su poder y no había forma de evitar que la muerte y la destrucción que desprendía su cuerpo se detuvieran. Aunque eso no le importaba, era el infierno. Sus ojos llorosos se enfocaron en la joya de valor emocional, se sentía muy mal por haberla arruinado.

Al final, se secó sus últimas lágrimas al ver como un alto y gran demonio atravesaba el jardín de flores secas para llegar a su posición y arrodillarse ante ella.

—Pequeña, no tienes que llorar.

—Pero era un regalo tuyo.

Contestó con la voz quebradiza y mirando fijamente los ojos de Valentino. El gran alfa se quedó en silencio.

Su alfa tembló, estaba llorando mucho por una estupidez y porque le daba valor a algo que le había regalado por simple cariño. ¿Por qué le daba tanta importancia a algo tan insignificante? Velvet era extraña. No recordaba a ningún overlord que tuviera esa clase de sentimentalismo. Las almas eran juzgadas y bajaban y se hacían crueles o frías por defensa propia. Aún así, esa pequeña omega lloraba como si fuera el alma de una niña que debía encarar el paraíso.

Valentino posó una mano sobre su cabeza, acarició sus cabellos y cerró sus ojos. No sabía que era o qué tenía. Ella aún no controlaba muy bien sus capacidades, pero al sentir como todo moría envenenado a muchos metros a su alrededor, era evidente que desprendía un poder de gran talle. Cuando supiera manejarlo, no habría nadie que pudiera hacerle frente.

—Puedo conseguirte todo lo que desees, siempre.

Le habló claro, no era especialmente frío ni tampoco grosero. Era neutral. Y Velvet tomó esa falta de violencia como amabilidad, cualquier cosa que no fuera brusquedad o dolor, era sinónimo de amabilidad para ella. No estaba acostumbrada a eso y se sintió muy confundida. Ladeó su rostro joven, sus grandes ojos rojizos con tonalidades blancas lo observaron con inocencia.

—¿Por qué eres tan amable? Ustedes dos... son muy amables.

Reflexionó poco a poco, bajando el volúmen de su voz. Ella permaneció sentada sobre la tierra, trató de acomodar un poco su vestido largo y de pensar. Recordaba haber hecho muchas cosas crueles a pesar de morir tan joven. Aún así, aunque su vida de humana estaba cubierta de veneno y aunque fue condenada a llegar al infierno... Valentino era gentil solo con ella. Y no era algo que concordara con su naturaleza, porque Velvet vio lo que le hacían los alfa a los omega. No eran muy distintos a los animales. Algo dentro de su espíritu no le hacía mantener la guardia alta ante alguien como Val y eso era algo peculiar.

—Soy una omega... ¿Por qué no me marcas?

—Eres una niña. No digas cosas tan incoherentes.

Cinnamon's Radio [ RadioDust ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora