Sobran las Palabras [Destiel]

Bobby II

Dean despertó en medio de la noche. Quizás había percibido un ruido. Esperó, atento por si algo ocurría, pero no sucedió nada. Debía de haberse tratado de algún gato o perro callejero. Se acomodó en su cama, dispuesto a volver a dormirse. La cama de al lado suya seguía vacía. Extrañaba muchísimo a Sammy, aunque sabía que al fin su hermano pequeño se estaba divirtiendo. Recordó que faltaban pocos días para que Benny, Crowley y Gabriel, sus amigos, volvieran de sus vacaciones, y eso lo reconfortó un poco. Además, con el silencio de la noche oía los ronquidos de John en el otro cuarto. Le agradaba oír a su padre en casa, aunque estuviese dormido.

Mientras seguía esperando que el sueño volviera a él, recordó lo que había pasado durante el día. Estaba contento de que Castiel hubiese respetado sus tiempos para contarle aquellos sucesos de su pasado que le atormentaban, y que Bella había intentado que saliesen a la luz, en un fallido intento de generar desconfianza entre él y su vecino. Pero, también lo alegraba saber que Castiel no solo no tenía problema con que le gustasen los chicos...si no que a él también le gustasen. Y se había mostrado tan molesto cuando pensó que tenía algo amoroso con Bella...

¿Tendría alguna oportunidad con Castiel?

Dean se reprendió a sí mismo, en silencio. Castiel era su amigo. Y tenía cosas más importantes de las cuales ocuparse, como encontrar la manera de hacerle saber que ya conocía qué lo atormentaba: su afasia de Broca. Pero, ¿cómo contárselo sin explicarle que había recorrido la ciudad para llegar a la Universidad, prácticamente para saber qué tenía? ¿No era muy acosador? Dean se moría de vergüenza de pensarlo. Sin embargo, quería que Castiel supiese que podía contar con él de verdad, que quería ayudarlo. El Winchester suspiró, derrotado. Debía intentar dormir.

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La expresión de desconfianza en Castiel arrancó una sonrisa divertida a Dean. Le gustaba ver cómo a pesar de hablar poco, su vecino podía decir mucho. El entrecejo fruncido, la cabeza ladeada hacia un costado, los labios cerrados...Era como si le estuviera mostrando un extraterrestre. Dean rió un poco, y luego se calmó para volver a explicarlo.

-Créeme, Cas. Son pisantes. Creo que también los llaman estornes.-mientras hablaba, Dean le mostraba el objeto, pero Castiel seguía con la misma expresión. El rubio se los colocó en las manos.-Agárralos. No muerden, ¿ves?

Dean suspiró, volvió a tomar los pisantes y se dispuso a colocarlos en su bicicleta.

-Aquí todo el mundo los usa, Cas. No solo son muy prácticos, también son muy divertidos. ¿En serio nunca los viste?

Castiel negó con la cabeza.

-A veces me olvido que vienes del centro. No usan tanto las bicis allá, ¿no? Pues tendrás que acostumbrarte, porque acá son prácticamente tu otro par de piernas. Por eso iremos a arreglar la tuya. Y, para eso, tendremos que usar estos.-y volvió a señalar los pisantes que ya había colocado.-Sería un lío si yo voy en mi bici y tu en la de Sam y llevamos entre los dos la tuya. Es mejor que vayamos los dos en la mía, y llevemos la tuya solo en el viaje de ida al taller. Por cierto, para despejar tus dudas, he llevado muchísimas veces a Sammy con este método.

Castiel sabía que no había nada que Dean apreciase más en el mundo que a Sam, su pequeño hermano. Así que si había usado esas...cosas, con él, era porque realmente confiaba en su seguridad. El oji azul suspiró, vencido, y Dean sonrió ampliamente.

-Ven, Cas.

Dean se subió a su bici, y le señaló a Cas que fuera con él. Su vecino entendió enseguida, y se subió a los pisantes. Como su forma era cilíndrica, sus pies resbalaban un poco.