La Llegada

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POV NATALIA




—¿Segura que no quieres que vaya contigo? —

— que no pesado, solo me entrega lo que debe entregarme y listo — le sonríe a mi amigo ganándome una mirada de reproche por su parte.

—¿Enserio crees que va hacer así de fácil? —

— claro que no, pero se cuidarme solita — estacioné el auto en la orilla de la carretera.

— eso no lo dudo — me miró con sinceridad. — pero no me fío mucho de ese tío —

—¿Por qué? — le pregunté por incercia, por que yo tenía la misma sensación.

— no lo sé, pero esa cara de cerdo lo delata un poco — solte una pequeña carcajada, donde él se unió poco después — oye, y no solo la cara eh — dijo entre carcajadas.

— solo por qué tú eres un esqueleto andante, no te da derecho a desconfiar — lo pique un poco.

— cabrona — las carcajadas cesaron y el auto quedó en un silencio momentáneo. — hablo enserio nati, cuídate ¿Vale? —

— la duda ofende — rode mis ojos ojos con desdén, hablaba como si me fuese a la guerra y en realidad era todo lo contrario. Apague el motor del coche y saqué de la guantera mi arma. — además, no voy sola — repase con la yema de mis dedos el soporte de mi swiss arms p92, era preciosa, absolutamente toda plateada, tenía mi apellido en la empuñadura y una pequeña rosa a su lado que rodeaba las letras.

— aquí te estaré esperando, y si te tardas más de cinco minutos subiré por ti, me importa una mierda lo que pienses Lacunza — levanto su dedo como advertencia y con su otra mano, tomo mi hombro y le dió un pequeño apretón como gesto de apoyo; después de una última sonrisa por mi parte, salí de aquel auto.

Subí tranquilamente la trayectoria que existía hasta el pequeño puente donde era el encuentro, estaba completamente solo, mire el reloj en mi mano y fruncí el ceño. No me gustaba la impuntualidad y mucho menos si tenía que esperar.

— no puedo creer que sea tan insolente — murmuré volviendo a mirar el reloj, negué incrédula y volví a subir mi cabeza observando mi alrededor. Después de unos largos segundos finalmente decidió hacer acto de presencia. Tenía sus manos en sus costados y sus hombros y mirada clavadas en el suelo como un miserable perro que acababan de abandonar en mitad de un desierto.

— lo siento, por la tardanza señorita Lacunza — bajo su voz, aún sin mirarme a los ojos.

—¿Mi dinero? — pregunté lo más calmadamente posible.

— lo siento señor... —

— deja de decir lo siento y mírame a los ojos cuando me estés hablando — repuse firmemente.

— lo sie... — su mirada subió encontrándose con la mía pero luego volvió al suelo cuando se dió cuenta de su error al elegir las palabras. — lo que pasa es que... yo... Bueno —

Mire mi reloj nuevamente, sus balbuceos incoherentes me estaban retrasado y consumiendo todo mi tiempo; en una hora llegaba el vuelo de Albi y no podía llegar tarde.

— ¿Donde está el dinero? — lo interrumpí cansada de su nerviosismo.

— entiéndame señorita Lacunza, es una cantidad muy grande para recolectar en una semana y... —

—¿Que propones? —

— dame una semana, otra semana más y lo tendré todo —

— eso mismo me dijiste la semana pasada y sabes muy bien lo mucho que me jode que me queden mal —

cuidare de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora