p r ó l o g o | Déjà vu

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La brisa fresca de la noche caía como un enorme manto sobre las calles de Seúl

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La brisa fresca de la noche caía como un enorme manto sobre las calles de Seúl. A pesar de la oscuridad, se podía ver esos tonos amarillentos en las hojas de los árboles, dignos de una temporada otoñal. Pequeñas gotas de agua se estancaron en las esquinas de las calles, superficies metálicas y en lo alto de las copas de los árboles.

En una de las calles más frecuentadas, glamurosas y costosas de la cuidad se encontraba uno de los bares más reconocidos: La Ambrosía. Se hallaba en el primer piso de uno de los edificios con mayor reconocimiento y que, muy seguramente, pertenecía a alguna persona hartada en dinero.

El panorama se veía de lo habitual: masas de cuerpos bailando por todos lados, bailarinas con prendas cortas y ajustadas deslizándose por los tubos, otros creyendo que el alcohol es quien podía sacarlos de la rutina, y otros simplemente tomándolo por placer. Pero lo que nadie sabía es que el contexto servía para una movimiento en cubierto.

Raven deslizó la palma de su mano por el pasamanos de la escalera, se plantó en un peldaño y dio un rápido barrido al lugar. Sabía que sus presas ya habían llegado. Su atuendo no iba muy acorde al resto; unos simples pantalones oscuros ajustados, una playera de tirantes, una chaqueta de cuero que, al igual que sus botas, hacían juego con los pantalones. Quería pasar desapercibida. Normalmente sus atuendos variaban. Se encaminó hasta la barra, allí pidió un trago, como para así mezclarse aún más entre el gentío. Con el recipiente de vidrio pegado a sus labios, giro sobre el taburete y clavó los ojos en aquel grupo vandálico al que le siguió la pista hace tiempo. Se trataba de un grupo delictivo encargado de servicios ilegales. Se movilizaban y actuaban sigilosamente por medio de la venta de pinturas, aparentemente, carísimas. Por eso llevaban mucho tiempo en el mercado, hasta que Raven dio con ellos.

Raven tenía que hacer lo posible para no llamar mucho la atención, hasta el momento lo estaba logrando. Era una rubia de ojos verdes, de alrededor de un metro sesenta y cinco y de un rostro, aparentemente, inocente. La verdad es que ni siquiera había dado un mísero sorbo a aquel líquido amarillento de su vaso. Apenas echó a olerlo arrugó la nariz. Aunque al segundo recuperó la compostura. Cruzaba sus dieciocho años. Y a pesar de ser tan joven ya ocupaba un lugar importante en las oficinas de los detectives de Seúl. No era una estrella, tampoco popular, pero al menos sabían reconocer su eficiencia.

No aguantó más y echó a andar hasta el enorme sillón de cuero que ocupaban los tres hombres criminales. Si tenía un defecto, es que era muy impulsiva, por lo que no dudó en agarrar la muñeca del hombre del medio, el líder, sacar unas esposas y engancharlas en una de sus muñecas. Todo fue tan rápido que no le dio tiempo al sujeto de reaccionar, no hasta que Raven recitó las típicas palabras que un oficial diría y que ella no estaba en posición de decir porque simplemente era una consultora, pero que realmente le daba igual. El hombre la miró con incredulidad, a la par, con una mirada foribunda que le decía a gritos que jamás debió meterse con él, que desde ya cabó su tumba. Sí, podía ser, pero a Raven le daba igual, a veces actuaba como si no tuviera humanidad y otras veces como la persona más divertida.

Mentes Criminales » Jeon Jungkook; BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora