Su novio está obsesionado. Ella es víctima de sus manipulaciones. La hiere, la destruye, pero ella continúa cayendo por sus encantos.
Hasta que, una noche tras una discusión con Bruno, Katerine encuentra la paz en el canto de su vecino: Sam d'Aramit...
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—Uno, dos... —Me equivoqué de nota— Uno..., dos, tres.
Es difícil tocar el piano. ¡Lo odio! ¡Lo odio!
—No hagas esa cara... Mira, si escribes las teclas así —Cogió un marcador y pintó números—... sabrás qué tecla tocar.
Volví a intentarlo, ¡finalmente salió!
Di saltitos de alegría sobre el banco.
—Uno, dos, tres —repetí para mí mismo, tocando cada tecla según recordaba—. ¿Por qué no podía con ello? Hasta sin práctica puedo hacerlo.
—El piano puede parecer sencillo, pero toma más tiempo de lo que crees, pequeño —El abuelo tocó una melodía muy linda en el piano, pero fue tan linda como corta—. Será mucha práctica, te equivocarás miles de veces, y después de muchos errores, podrás tocar todas las canciones que se te ocurran mucho más fácil.
Hice un puchero, mirando al piano como si me hubiera sacado la lengua.
—¡Yo no quiero equivocarme!
El abuelo dio un suspiro. ¡¿Le estoy cansando?!
—Samuel —El abuelo siempre dice perfecto mi nombre, para los otros niños es muy difícil decirlo—, todos nos equivocamos, ya sea tocando el piano o viviendo. Cuando crezcas, te equivocarás todos los días, así que, acostúmbrate.
Exhalé aire por mi boca, observando el teclado frente a mí de una forma pesada. Toda la práctica que recogí años antes, la había perdido. Era irremediable.
Maldije en voz baja, por más que lo intentara mil veces, no podía tocar ni una sola de las canciones que el abuelo me enseñó.
Volví a tocar las teclas, esta vez con más concentración, procurando no fallar.
—Vas bien, vas bien... —Escuché la voz de Estanislao—, oh, esa no iba.
Otra vez me equivoqué.
—Fue tu culpa —mascullé, resentido.
Giré mi cuerpo a él, estaba apoyado en el marco, observando mi atuendo de pijama con sus ojos café.
—¿Mía? No, tú te estás equivocando desde hace mucho —Sacó su lengua, burlándose—. No te frustres, Sam, no tocas desde hace mucho tiempo. Deja el teclado y ven a desayunar de una puñetera vez.
Puse los ojos en blanco y me levanté de la silla, saliendo de mi habitación. Estanislao tenía preparados crepes para desayunar. Unté mermelada en uno de ellos y me lo llevé a la boca, mirando a mi hermano degustar un sándwich de una forma muy bestia. ¿Es un animal?
Bebí un poco de café, en ese momento, las palabras de Rocío resonaron en mi cabeza en eco, como un espíritu atormentándome.