36 - Entre dolores intensos y besos precavidos

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—Sphinx, ¿qué horas son éstas para actualizar? —inquirió un lector horrorizado.

—Capítulo que termino, capítulo que publico; no se diga más. Por cierto, disfruten.

En las películas, siempre han mostrado el momento de despertar en la mañana como uno relajante y precioso, repleto del sonido de los pájaros y el suave murmullo de las personas en la calle

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En las películas, siempre han mostrado el momento de despertar en la mañana como uno relajante y precioso, repleto del sonido de los pájaros y el suave murmullo de las personas en la calle.

Pero, no podría ser más alejado de la realidad.

Los pájaros suenan como chillidos desgarradores, tal cual el canto de la cotorra como si lo hubieran amplificado en decibeles monstruosos. Mientras que, los transeúntes bajo el edificio iniciaron una discusión notablemente ruidosa, para añadir, pasó una motocicleta con un motor que suena como algún terremoto colosal, y se siente tal cual.

¡Ah! Pero no sólo eso, sino que hay una metralleta dándole como en la guerra a mi cabeza.

Y eso es extraño, no suelo pasarme con la bebida.

Me volteé a un costado de la cama y con mis pies busqué a tientas un calzado. Al no encontrarlo, miré hacia el suelo y me encontré con algo nuevo: zapatillas de hombre. Observé horrorizada la prenda, como si tratara de algún cadáver bajo mi cama.

Espero que no me haya enrollado con alguien cualquiera.

Tragué saliva fuertemente, con nervios y sentí otra punzada en mi cabeza. Al levantarme, noté que llevaba la misma ropa de ayer, sólo que mucho más desordenada.

Caminé hacia el baño con mis pantuflas ya calzadas. Me senté en el retrete, así, casual, ya saben, para poder alivianar la vejiga, hasta que hubo algo que me desconcertó:

Mi maldita ropa interior.

Espero que anoche haya habido un tsunami en la ciudad para que mi ropa esté así, porque no quiero que haya pasado lo que creo que sucedió. Aunque... si es así, ojalá me haya protegido.

Kate de ayer, eres una maldita libertina.

Cambié rápidamente mi ropa interior y salí del baño tras higienizarme. Llegué al comedor y noté la luz encendida a través del espacio de la puerta de la cocina y el suelo. Mierda, sigue aquí.

Abrí la puerta lentamente y él dio un brinco por el susto.

Casi se me cae la mandíbula. Al ver su rostro sólo llegaron un montón de recuerdos: él cargándome en sus brazos en un sitio oscuro, completamente desconocido, luego, su rostro cerca de mí. Recuerdo un beso, o quizás dos, ¡tal vez tres! O más que eso.

La sangre escaló de manera precipitada a mi rostro cuando regresó el recuerdo de su mano subiendo lentamente por uno de mis muslos, mientras él estaba entre mis piernas, sobre la cama.

Sollozo a medianoche [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora