48 - Amarillo

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Nunca he sido un adolescente con las hormonas muy alborotadas

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Nunca he sido un adolescente con las hormonas muy alborotadas. Si bien tuve uno que otro lío emocional que me da pena recordar, al menos no soy el clásico crío que se mata a pajas.

De hecho, tengo experiencias traumáticas con el tema de frotar el palo. Como la vez que mi padre me descubrió realizando el ritual maligno y me llevó a la mesa, contándome durante la cena sobre casos de ceguera en pajilleros compulsivos. Esa fue la segunda charla más incómoda que he tenido con mi familia. El primer puesto lo ostenta Estanislao, con su conmovedor discurso de cómo debo evitar el uso de la pornografía para «cubrir mis necesidades». Según él, la susodicha industria no tiene buena fama en cuanto a buen trato hacia el personal femenino, por lo que, sin importar el momento, debo recurrir a mi imaginación a la hora de jalar el ganso... Él siempre ha sido buena persona.

De todas formas, la paja no es mi forma favorita de entretenerme y elijo otros caminos un poco más creativos. Aunque, bueno, siguiendo las instrucciones de mi hermano la masturbación se convierte en un extraño proceso para favorecer a la imaginación.

A pesar de mencionar todo lo anterior, mis hormonas han estado un tanto rebeldes tras la madrugada del lunes. No importa que esté en el trabajo, si veo a Katerine, no tardo más de un segundo en tener pintados todos los colores en mi cara.

Si estoy intentando dormir, me convierto en la Cosa con sólo pensar en eso, lo cual contradice mi desagrado eterno a los Cuatro Fantásticos. Lo admito, soy más de DC, Jason Todd y su diseño como Red Hood me puede. Una lástima las películas. Pero aquí no hablo de cómics. Hablo de cómo no puedo controlar mis impulsos más cavernícolas, que se despiertan gracias a una maldita tía unos cuantos años mayor que yo. Me siento como si volviera a tener catorce, edad en la que tenía un raro fetiche por mujeres mayores.

La única distracción de mis pensamientos hormonales que tengo mientras estoy en casa son las constantes llamadas de Eleonora a Estanislao para corroborar los arreglos sobre el 23 de mayo. Lao no necesita preguntarme para saber que los colores que quiero presentes son el azul o celeste, junto al gris y blanco. Mi hermano me conoce bien y sería una falta de respeto entre hermanos que me pregunte los colores que prefiero. Nos llevamos bien en todo, excepto cuando Estanislao se queja de su terrible suerte, porque, según él: «la genética me favoreció a mí y no quedó atractivo para él». Le diría que está en lo cierto, pero no quiero lastimar su autoestima.

Sin embargo, en Délicatesse, no hay distracciones para ese tema. En Délicatesse, Katerine es la distracción.

Cuando tengo mi mirada en su cabello recogido y bien peinado, en mi cabeza sólo cabe la imagen de cómo éste estaba desparramado en la cama noches atrás. Si llevaba mis ojos a su rostro, recordaba la forma en que rogaba por más cuando estaba sobre ella. Bajé mi vista por su cuerpo, recordando las marcas en sus senos. Y... cuando descendí hasta sus caderas...

Joder.

El recuerdo de sus bragas, mojadas, y completamente pegadas a su piel me golpeó como una maceta que cae de lo alto de un edificio. No hay comparación que vaya más acorde. ¡Me cayó una maceta! Pero estoy muy duro para que me parta el cráneo.

Sollozo a medianoche [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora