Su novio está obsesionado. Ella es víctima de sus manipulaciones. La hiere, la destruye, pero ella continúa cayendo por sus encantos.
Hasta que, una noche tras una discusión con Bruno, Katerine encuentra la paz en el canto de su vecino: Sam d'Aramit...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Me removí en las sábanas con el ceño fruncido. Quería dormir un ratito más, hasta que el jodido despertador sonó. Cuando una guitarra eléctrica marcó un perfecto sonido, anunciándome que abriera los ojos, me percaté de que ese día tenía ganas de poner una bomba en el núcleo de la Tierra y hacerla estallar en mil pedazos. Oh, hermosa utopía.
Caí al suelo enrollada en las mantas y miré por la franja abierta de la puerta cómo Sam se sentaba sobre su colchón al despertarse.
—¡Buen díaaa! —chillé.
Aún somnoliento, giró su cabeza y me observó por arriba del hombro. Me analizó unos segundos y... me ignoró.
—Levántate del suelo —soltó con seriedad.
Pero al ver su cabello desastroso y oír su voz ronca y torpe le quité toda seriedad a su orden. Se veía muy tierno.
Me desenvolví de las sábanas y con aletargados movimientos logré erguir mi cuerpo. Puse mis brazos en jarras y observé el calendario rosita adherido a la pared. En menos de dos semanas sería julio y estaba dejando caer mi baba de sólo pensar en pasar unos días en la playa con el agua fresquita. Sin embargo, por el momento sólo debía aguantar el insoportable calor desde mi pequeño y caluroso piso.
Entré al baño y me encargué de mis necesidades. Pronto me dirigí a la cocina y contemplé a Sam añadiéndole cacao a su taza celeste. Ayer casi me hace un drama por no tener Cola Cao en la alacena, el problema es que yo no soy una adicta a la chocolatada.
—Oh, ¿no me prepararás el desayuno a mí? —me lamenté con un tono juguetón, abriendo la puerta de vidrio del depósito con tal de tomar mi taza.
—Anoche te he preparado la cena —refunfuñó con la nariz arrugada, mezclando su chocolatada con la pequeña cuchara.
¿Por qué es tan seco?
—Ajá. Y yo te estoy prestando mi piso completamente gratis durante días —repliqué.
Exhaló aire profundamente.
—¿Buscas un huésped o un esclavo? —dijo dando una vuelta y caminando hasta el otro punto de la cocina, sentándose en el primer taburete de los tres.
Lo de esclavo sonó kinky. Rocío me ha pegado esa palabra.
—Mmm. Lo de esclavo no está mal —mascullé con una sonrisa, vertiendo el agua caliente en la taza. Revolví la infusión y me senté junto a Sam, lo que pareció incomodarle.
—Kate... —me regañó, entrecerrando sus ojos y con sus mejillas un poco enrojecidas.
Sonreí al divisar su sonrojo.
—¿Buena imagen mental? —Apoyé mis codos sobre la isla y miré fijamente cómo con cada segundo el rostro de Sam se ponía más rojo—. Guarro.