Su novio está obsesionado. Ella es víctima de sus manipulaciones. La hiere, la destruye, pero ella continúa cayendo por sus encantos.
Hasta que, una noche tras una discusión con Bruno, Katerine encuentra la paz en el canto de su vecino: Sam d'Aramit...
«El rosa representa la dulzura, cariño, inocencia, ternura y suavidad. Sin embargo, también simboliza la sensualidad y erotismo».
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Parpadeaba lento. Observaba mi techo y sentía mi respiración calmarse más con cada segundo que transcurría.
Paz. Sólo paz. Extrañaba ese sentimiento.
Volteé sobre la cama y extendí mi mano hacia su cabello. No pude evitar una sonrisa escurridiza, casi boba.
Abrió sus ojos con lentitud y escruté el tono acero de los mismos. Era cautivador. Volvió a cerrar sus párpados al sentir mis caricias sobre sus azabaches mechones.
Me abrazó por la cintura y acurrucó su cabeza en mi pecho. Apoyé mi rostro sobre su cabello, sintiendo el aroma que despedía su shampoo, suave y dulce.
Aquel calmo, romántico y pacífico instante transformaba toda mi consciencia en un entorno rosa; delicado, tranquilo y seductor.
Acaricié con meticulosidad la espalda desnuda de Sam, detallando la forma de sus omoplatos y sintiendo su sosegada respiración.
—¿En qué piensas? —inquirí con un susurro.
Sam exhaló profundamente y se aferró más a mí.
—¿Importa?
Preferí permanecer en silencio. Últimamente él parecía retraído, pensando en algo de manera insistente, y, si bien me preocupaba, no quería presionarlo.
Me dejé llevar por la calma del momento y cerré mis ojos, hundiéndome en el silencio.
Hasta que Sam habló:
—Estuve... pensando en qué hacer.
Parpadeé varias veces, ofuscada.
—¿A qué te refieres?
—Bien...
Liberó su presión mediante un suspiro y volteó sobre la cama, llevando sus ojos al techo. Apoyó su nuca sobre sus manos y una mueca incómoda en su boca me dejó en claro que no estaba del todo seguro si seguir.
—¿Qué es... lo que se supone que debes hacer cuando alguien está triste? —completó su frase.
Me acomodé sobre la cama y lo miré fijamente con el ceño arrugado. ¿A quién se refería?
—¿De quién hablas?
—Eso da igual —replicó, mirándome de reojo.
Acerqué mi cuerpo al suyo y repasé su torso con mis yemas, lo que hizo que se contrajera.
—Realmente no lo sé —confesé—. Pero deberías probar a abrazar y escuchar. También sé que a las personas que están mal les suele gustar que las mimes, y que las trates con prioridad.