4. Gafas

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*** A la mañana siguiente***

Una mano amable se posó sobre el hombro del chico que se había quedado dormido en la capilla.

- Azrael... - le llamaba una voz, dulce.

Dejando escapar un par de quejidos doloridos, puso su espalda recta escuchando cómo crujía. Abrió los ojos y los entrecerró con esfuerzo para enfocar. Conocía aquella voz. Se puso las gafas con cierta rapidez -. Así da gusto despertarse, viendo la cara de un ángel - sonrió, con la pizca de travesura que tenía de vez en cuando.

- ¿Estás bien? - preguntó la mujer, ignorándolo como siempre -. Has estado aquí toda la noche.


- Sí, sí. No te preocupes - contestó, intentando disimular que necesitaba estirarse y bostezar -. Gracias, Sil.


- ¿Porqué no me acompañas a la cocina a desayunar? - propuso -. Y de paso, puedes contarme qué tal va todo...


- Estaría bien - contestó, retomando su sonrisa y energía -. Desayunemos, luego tendré que volver a casa... - La hermana Simariel, lo acompañó a la cocina, donde las demás monjas saludaron a los recién llegados con buen ánimo. Una de ellas les sirvió avena con leche y una taza de café.

- ¿Todo bien? - Insistió Sil, una vez estuvieron en la mesa.

Azrael asintió, un poco absorto y revolviendo de más la leche del desayuno - Cansado, supongo. Hay demasiadas cosas a la vez que me quitan el tiempo y el sueño - contestó en un murmullo.


- La vida de estudiante es difícil - añadió la joven, llevándose la cuchara a la boca -. No quiero entrometerme, pero... si tienes algún problema, puedes confiar en mi.

- No es sólo la vida de estudiante, también tengo que pagar las facturas de casa - sonrió, comiendo con algo más de ganas -. Pero no pasa nada, puedo yo sólo con todo.

- Recuerda que no estás solo - le aseguró, posando su mano blanca sobre la suya.El joven se atragantó y tuvo que secarse la leche que amenazaba con salir por la nariz. Miró con vergüenza a la mesa y consiguió apartar la mano lentamente.

- Sé que no, aunque a veces es difícil acordarse de eso.

- Deberías mantenerlo presente - le sonrió ella, dándole unas palmaditas en la espalda.Una persona más entró a la cocina, fue a por comida y buscó con la mirada hasta posarla en Sor Simariel y su acompañante. Se acercó insegura hasta ellos y la monja le sonrió.

- Usagi, supuse que bajarías a desayunar.


- P-perdón por la tardanza, me quedé dormida.

- No pasa nada. Ah, os presento. Azrael, esta es Usagi. Es una novicia. Usagi, este es Azrael, nos ayuda con los eventos de caridad de vez en cuando desde hace años.

La recién llegada abrió los ojos al ver al joven y parpadeó sorprendida.

Él ladeó un poco la cabeza y sonrió con ternura -. Encantado de conocerte, Usagi - dijo levantándose para darle un beso en la mejilla. Aprovechó para coger su tazón y cederle el asiento mientras iba a lavar sus cubiertos. Lo cierto es que si era la nueva, podría haber sido la misma de la noche anterior, reconocía su forma de caminar.

Usagi había reculado un poco ante el saludo tan cercano, retrocediendo para hacerle espacio y sentarse junto a Simariel, completamente roja. La mayor le miró con una sonrisita mientras negaba con la cabeza.


A los minutos, el joven terminó de lavar,secar el cuenco y los cubiertos -. Muchas gracias a todas por vuestra hospitalidad. Sor Margarita, ¿me avisará cuando sea el próximo evento? - preguntó, aún con la capucha puesta.

- Por supuesto, te haremos una llamada. Muchas gracias por querer ayudar...ais...con todo lo que tienes que hacer - le sonrió -. Mira, llévate unos pastelillos para la escuela - le dio una bolsa de papel que a duras penas podía cerrarse de lo llena que estaba.

- G-gracias...siempre cuidáis bien de mi, aun sin ser vuestra obligación. Os lo agradezco - sonrió, aceptando la bolsa y tocando el hombro de la monja. Se dirigió a la nueva, que estaba roja y le miró con cierta extrañeza -. Felicidades por haber entrado al convento.

- G-gracias... - mumuró en voz baja, desviando la mirada al suelo.

NIGHTDALEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora