18. Maleducada

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- Hala, aquí sólo hay guapers... - murmuró Suja por lo bajo, ganándose una mirada de reproche de Sor Margarita. Sin embargo Vyr pareció asentir y susurró a su amiga.

- Manda cojones - bufó antes de volver a ponerse seria -. ¿Es usted Raphael? - preguntó, cruzándose de brazos dejando que la mirase para que viese todas sus armas -. ¿Podría entrar y contarnos lo que ha visto?

- ¿Y vosotras quienes sois? - preguntó serio -. La policía está de camino, mejor regresad a vuestras cosas, que mañana hay escuela.

Suja puso los ojos en blanco.


- Claro, guapo. El problema es que tú vas a hablar conmigo de lo que has visto, por que a la policía se la va a sudar lo que haya presenciado. Se convertirá usted en un loco más del pueblo. Lo taparán como un incidente aleatorio y ya está... - se acercó a él para susurrarle muy cerca de la cara -. Pero aquí, excepto esta pobre monja, todos sabemos que lo que ha pasado es algo de lo que sólo se habla en los libros más absurdos - sonrió con malicia -. Podría perdonarle el haber estropeado las pruebas si me lo cuenta.

- A casa - rumió -. Hermana Margarita, espero que esto no se repita. La monja lo miró, avergonzada.

- ¡Oiga, padre guapo! - interrumpió Suja, molesta -. ¿Es que no tienes idea de con quién estás hablando?


- Venga usted aquí, Señor imbécil - dijo Vyr, primero mirando por si hubiese cámaras y ya un poco atacada de los nervios. Volvió a mirarlo, lo agarró del cuello de la camisa y lo levantó sin esfuerzo. Por lo menos suspendía del suelo más de dos palmos y la joven estaba sin pestañear ni temblar -. ¿Es que eres nuevo por aquí? Suja, esto no se hace, ¿vale? - A pesar de su aclaración, Suja miró a Vyr boquiabierta, con admiración y el sacerdote la miró, molesto. 

- ¿Así que también eres una de ellos? - rumió, no parecía asustado, había un fuego extraño en sus ojos -. Tus amigos se han marchado... os habéis llevado a Simariel, la más pura de todo el convento. ¿Qué más queréis? - rumió.

- ¡Por favor, no le hagáis daño! - exclamó la monja que las miraba, aterrada.Vyr lo bajó despacio al suelo, pero sin soltarlo.

- No, no lo soy - rumió, tragándose otro insulto que no hizo falta decir en voz alta -. Y usted, Hermana Margarita, cálmese - rumió, cabreada y ofendida -. Es verdad que mis métodos estarán lejos de ser perfectos, pero sólo cuando alguien como usted ralentiza mi búsqueda - Vyr lo soltó del todo, antes de volver a ponerle una mano en el pecho -. Esto de aquí es culpa mía, sí. Pero por que es mi deber evitar que los monstruos del submundo hagan cosas así - añadió frunciendo el ceño -. Y más vale que mantenga la boca cerrada y no le diga nada a nadie...aunque también es verdad que puede que lo encierren en un loquero si se pone a hablar de demonios y cosas raras - no sonrió ni lo más mínimo -. Quien estaba antes de usted en el puesto, conocía los riesgos y sabía lo que estaba en juego una vez estaba involucrada la seguridad de los suyos.


El sacerdote le fulminó con la mirada.

- Pues es una lástima que el sacerdote anterior se dejara tratar de esta manera - rumió -. Más respeto - le sugirió, luego suspiró mirando la puerta de la habitación. - Simariel era como mi hija... - de pronto pareció olvidar que estaba en compañía de más gente y sus ojos se volvieron vidriosos -. No pude venir a tiempo para salvarla de esa... de esa bruja.

- No se lo tome a mal, pero sólo lo estoy tratando así a usted - tras unos segundos de analizarlo con acidez, continuó la charla -. Lamento su pérdida...pero no fue una bruja quien la mató - dijo en una voz que sólo escuchasen él y Suja -. Y quizá pueda hablar con usted en otro momento sobre  esto, pero en serio...tenemos prisa. No me gustaría saber que hay otra víctima más mientras nos quedamos hablando sobre las pruebas que ha tocado - suspiró -. Además...no pretendo herirlo, pero usted no puede salvar a nadie de lo que esconde Nightdale y yo sí. Así que el mismo respeto que exige usted no estaría mal - rumió, ligeramente más calmada.

NIGHTDALEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora