| Prológo |

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Quince años atrás.

Malibú, California

2023


El final del atardecer le dio paso al inicio de la noche oscura, con ello, a los fuegos artificiales tan prometedores de la festividad del cuatro de Julio. Desde donde los dos hombres se encontraban sentados, en la comodidad de aquella exuberante casa de playa, se podía admirar los cohetes de fuegos coloridos haciendo explosión de distintos colores y formas en el cielo.

Los americanos celebraban el día de la independencia de los Estados Unidos. Ellos no, eran extranjeros viviendo en el país. No celebraban ni festejaban, pero aprovechaban el fin de semana libre para escapar a aquel rincón lujoso a orillas de una playa de Malibú que uno de los dos recién había comprado unas semanas antes.

—Esta casa ha sido por mucho una de mis mejores inversiones —murmuró complacido el de cabellos rubios, después llevó el vaso de whisky que tenía en su mano hasta sus labios y bebió un trago pequeño que, aunque quemó su garganta no hizo ningún gesto.

—¿Y qué tal va trabajando el hotel de Beverly Hills? —preguntó el castaño.

—Excelente, todo un éxito —respondió el otro, mirando hacia el cielo la explosión de colores—, tanto, que pienso comprar el hotel en quiebra de aquí y transformarlo este mismo año.

—Luca, pero ni siquiera has terminado con las instalaciones del de Las Vegas y ni hablar del de Beverly Hills —pronunció con cierta relevancia Howard.

Se encogió de hombros y llevó el vaso a su boca para darle otro trago. Por su panorama pasó riendo y corriendo torpemente una pequeña figura de cabellos rizados rubios, casi blancos y la siguió con la mirada hasta que se detuvo con el ruido que causaban los fuegos artificiales en el cielo, eso llamó su atención y sus ojitos azules fueron hacia arriba, quedando absorta mientras miraba.

—¿Y? —cuestionó, mirando a su hija de un año, casi dos—, nunca pierdo dinero, Haiz. Soy un buen inversionista.

No fue muchos segundos después, cuando a su campo visual entró otro cuerpecito de cabello castaño y ojos verdes. Entrecerró los ojos, subiendo sus pies a la superficie de la mesita de cristal al centro y se mantuvo viendo al niño Slymour de un año, mayor que su hija por no más de doce días, que al igual que ella, a unos cuantos pasos, miró hacia el cielo y señaló hacia él, con una expresión de sorpresa haciéndose paso en su rostro.

—Creo, sinceramente amigo, que estás haciendo inversiones a lo loco. Estas jugando con el lavado de dinero.

—Déjame explotar el país a mi manera, Howard —siseó con cierta distracción. Se mantuvo mirando a ambos niños de un año de edad, cuán diferentes físicamente eran entre ellos y cuán físicamente eran idénticos; ella a él y el niño a Howard, y terminó esbozando una media sonrisa, con una memoria de unos tres años atrás, volviendo a su cabeza y miró por un segundo a su amigo en el sillón individual casi junto al que estaba sentado él—, ¿Recuerdas aquella noche jugando póker donde estuvimos de acuerdo en que Elle y James Pierre eran la peor unión Slymour-Hanssem que existiría?

Howard frunció el ceño, no comprendiendo las palabras de su amigo y colega.

—Aja —asintió sin mucho más—, ¿Qué sucede con eso?

Luca volvió la vista a ambos infantes.

—Imagínatelos a ellos dos juntos en unos diecisiete o dieciocho años —señaló con la mirada—, sería increíble, una de las mejores cosas que puedan pasar en la familia. Una unión Slymour-Hanssem que de verdad valdría la pena ¿no crees?

—Sinceramente, no —respondió el de brazos tatuados, intentando bajar a su amigo de la nube en la que había subido. Luca le devolvió la mirada, aún en sus pensamientos, sintiéndose a gusto con la imagen que veía en un futuro, le resultaba prometedora. Juntó sus manos a la altura de su pelvis y frunció el ceño—, es decir, no lo sé. No lo creo posible, se están criando juntos. Puede que se vean como familia, sería extraño ¿no crees tú?

Fue entonces, cuando ambos escucharon a la pequeña rubia reír y la miraron, observando cómo con pasos apresurados se dirigía en dirección a ellos, huyéndole al otro niño que había intentado tocarla para que viera hacia dónde miraba él. Terminó subiéndose al regazo de su papá y los dos adultos miraron al pequeño de ojos verdes saltones acercarse con pasos lentos, inocentemente, y se quedó junto a las piernas de su papá mirando a la niña que no quería nada con él.

Luca esbozó una media sonrisa.

—Adorables —pronunció—, completamente adorables.

Howard llevó el vaso de whisky que sostenía a sus labios y bebió un trago largo. Habían muchas cosas en la que ambos no estaban de acuerdo, al parecer lo que planteaba el rubio en ese momento, era una de esas.

—¡Pa-pi! —la pequeña rubia levantó con sus manos el rostro de su progenitor para que mirara el cielo.

Era su hija menor, asegurándose de que sería la última. No iba a negarse que era su favorita, tenía una pequeña debilidad por la pequeña Ava Katherinna y ella estaba apegada a él. Incluso Luca estaba apegado a ella, era imposible no hacerlo, aun cuando a sus cortos veintiún meses de edad mostraba cierto carácter que le recordaba a sí mismo.

No dudaba que fuera su pequeña.

Luca bajó la mirada solo para ver como el mini Howard, como así le llamaba al infante, intentaba subirse al sofá a su lado y no se rindió hasta lograrlo.

—¡Va! —exclamó, intentando pronunciar el nombre de la rubia para llamar su atención y que lo viera.

Pero ella se negó, le dio un manotazo en el brazo y después acercó su cuerpecito lo más que pudo a su papá para sentirse protegida. Luca frunció ligeramente el ceño cuando el niño hizo un puchero y entonces llevó sus ojos a su pequeña.

—Eso no se hace, Ava Katherinna —dijo, queriendo agregar: «a tu futuro esposo» pero no lo hizo—, no seas mala.

Ava arrugó el ceño molestándose, como si a sus veintiún meses podía enfadarse y ofenderse... ¿Qué sabía ella de eso?

Pues nada, absolutamente nada.

—Insisto —levantó la mirada a su socio, amigo y colega—, imagínalos en dieciocho años. Podrían encargarse de tus negocios y los míos, suena fascinante... suena perfecto. Esa es la única manera de que pueda considerar a una familia "perfecta" una en la que tú y yo seamos parte. Bueno... si todo se da —volvió la mirada a la niña—, creo que me va a doler dejarla —dijo en un suspiro, refiriéndose a algo que solo ellos dos sabían.

—No hables antes de tiempo, Luca —Howard murmuró, meneando suavemente el vaso de cristal en su mano donde los hielos en el interior chocaban entre si—, déjate de delirios.

—Estoy seguro de que en dieciocho años más voy a decirte «te lo dije» y tu guardaras silencio.

Porque para él, la gran casualidad de que el hijo menor de su amigo y su hija nacieran en el mismo año con fechas parecidas, significaba el inicio de un futuro que podía visualizar entonces.

Significaba que iban a estar juntos cuando crecieran.

Y no se equivocó, pero tampoco acertó mucho.

El Desenlace De Una IlusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora