[34] •Como los cactus del desierto•

329 25 22
                                    

Intentamos ver las cámaras de las entradas de mi casa en la computadora del estudio de mi madre pero Evan y yo nos encontramos con la sorpresa de que parecen estar desconectadas y estoy segura de que no por obra de mi madre. No sé que pensar ni que creer, pero eso me preocupa lo suficiente como para tenerlo presente en mi cabeza y no dejarme descansar.

—Vamos a Malibú —propone Evan cuando estamos en mi habitación después del momento extraño.

Alarma antirrobos activada, fotografías caídas, puerta trasera abierta y las cámaras desconectadas. ¿Debería preocuparme? Si, carajo, obvio que debería. Se supone que estoy sola en casa en este momento, no es seguro. Debería también comentárselo a mi madre.

—¿Cuándo?

Miro a Evan, observo su perfil  y después deslizo la mirada a la puerta corrediza del balcón. El cielo poco a poco va dejando de ser oscuro para buscar darle paso a la luz del amanecer de un nuevo día. Evan deja caricias en mi brazo mientras ambos estamos recostados en mi cama, desvio mis ojos sl reloj en mi mesa de noche: son las cinco de la mañana.

—Justo ahora —responde al paso de un minuto—, un día de playa no nos hara daño ¿o si?

Meneo la cabeza negando, porque no, no nos hara daño. Es más, hasta creo que el cambio de ambiente por un dia me va más que bien como anillo al dedo.

—¿Tienes las llaves de la casa de playa de tu padre?

—En realidad la casa es mia —siseo, recordando lo que el abogado me dijo hace unas semanas.

—¿Tuya? —Evan indaga un poco sorprendido, volteandose a mirarme con un aire de asombro en su rostro—, ¿Cómo que tuya? ¿desde cuándo?

—Como lo escuchas...—digo—, hace tres semanas más o menos vino un abogado desde Londres. Es el abogado de mi padre, o lo era... no sé —explico brevemente, haciendo un ademán con mi mano—, mi papá dejó en su testamento que se me hiciera entrega del documento de propiedad de la casa de Malibú. Es uns herencia, asi que soy la unica dueña de la casa de playa.

—Eso es genial —murmura con genuinidad—, super genial ¿vamos, entonces?

—No vamos desde el cuatro de Julio de hace dos años. Debe estar vacia ¿por qué quieres ir?

—¿Por qué no querría ir? —cuestiona  mirándome a los ojos, su mano libre sube por mi abdomen, sus dedos deslizan por encima de la camiseta suya que estoy vistiendo—, o sea, tu, yo, el fin de semana a solas un poco lejos en una casa vacia a orillas de la playa en un ambiente distinto... ¿No te suena o parece tentador?

Si, la verdad es que si, pero no es algo que quiera dejarle ver. Al contrario, frunzo las cejas y ruedo los ojos al encontrar el mensaje subliminal en sus palabras.

—¿Todo tienes que llevarlo y convertirlo en algo sexual?

—Nunca dije o mencioné explícitamente la palabra sexo —se defiende como quien finje ser inocente en un juicio de culpabilidad por un crimen que si cometió, su inocente tono de voz es una táctica junto a sus cejas alzadas—, tu si lo hiciste, tonta. En fin... ¿vamos o no?

Dejo salir un suspiro tomándome un momento para mirarlo a los ojos y él toca la punta de mi nariz.

—Esta bien, vamos pero... solo porque quiero ir a la playa —accedo finalmente y él sonríe burlón.

Hay una pequeña mentira en mi decisión y es que... odio la playa.

—Claro, por suuuupuesto —alarga y se incorpora, colocándose de pie—, recogeré unas cosas en mi casa. ¿Nos vemos en quince minutos en mi camioneta?

El Desenlace De Una IlusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora