|54: "Hacienda"|

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Max Davis.

— ¡Max ¿Donde estamos?!

Grito Iana mientras la guiaba con mis manos en su cintura hasta la entrada. Sonreía a cada rato al ver como mordía su labio con nerviosismo, ya no estaba inquieta y pensativa, estaba sonriente, alegre y muy emocionada.

— ¡Iana te he dicho que es una sorpresa!

— ¡Me importa una mierda, me quitaré la venda!

Detuve sus manos en su rostro y comenzó a dar pasos furiosos contra el suelo, reí en su oído y su piel se pudo de gallina.

— ¡Mira Max, me has subido a un avión por tres horas, así que dime donde estamos!

Gritó deteniendo sus pasos, empecé a reírme y solo se cruzó de brazos furiosa, así que la tomé por las piernas y la cargué para caminar hacía la entrada de la hacienda, podía ver como algunas personas se nos quedaban viendo, Iana gritaba que la bajara pero todo era una sorpresa, y no iba a estropearla. Cuando llegué a la entrada, el señor Díaz Mendoza sonreía al ver como traía a mi mujer en brazos gritando como una loca, bajé a Iana y le estreché mi mano disculpándome por la escena pero solo asintió.

— ¡Te voy a golpear si no me dices Max Davis!

Gritó Iana sin verme solo se cruzó de brazos y empecé a susurrar algunas cosas con el señor Díaz, quien es el dueño de la hacienda, había preparado una gran sorpresa para Iana, y estaba seguro de que no lo esperaba, pero la conozco y sé que se va a morir cuando se entere.

— Señor ya está preparado todo como usted lo ordenó.

— Muchísimas gracias Díaz.

— ¿Max con quién estas hablando? Estoy escuchando los susurros.

Sonreí y miré lo corto que le quedaba el vestido, Díaz la miraba sin descaro, la tomé por las caderas y la pegué a mi cuerpo. Serio ví como Diaz se removió incómodo, me dedicó una sonrisa forzada, y se despidió, hasta que lo perdí de vista. Si vuelve a mirarla de esa manera lo voy a matar.

— Max... Podrías quitarme la venda de los ojos.

Su dulce voz me sacó de mis pensamientos homicidas, me acerqué y tomé su cintura atrayendo sus labios a los míos, devorando sus carnosos y dulces labios. Los mordí e Iana soltó un gemido poco audible pero muy excitante. Apreté mis manos a su cintura y la pegué a mi cuerpo, llevé mis manos hasta su precioso culo y lo apreté, mientras ni dejaba de besarla y ella de gemir, pero antes de arruinar todo me separé y la brisa azotó su melena. Mis manos desataron el nudo de la venda...

— Bienvenida a la hacienda Montesinos, linda. Una de las bellezas de México.

Besé su cuello mientras ella admiraba el hermoso lugar. Es una casa inmensa, hogareña, pero muy elegante, tenía grandes jardines, establos, ríos, algunas hectáreas más, piscina y un sin fin de cosas. Era tan llamativa y costosa como tanto me gustaba. Iana la admiraba con una sonrisa, sonreía como si fuera la cosa más hermosa y solo me hizo una pregunta...

— ¿Cuanto tiempo estaremos aquí? Demonios, me quedaría a vivir aquí una eternidad.

— Una semana, luego nos regresamos a Seattle, porque usted y yo... Nos vamos a casar.

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