|55: "Río"|

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Iana Bennett.

Había despertado con un mal sabor en mi boca, miraba el techo constantemente, no lograba saber que me pasaba, y porque me encontraba tan callada.

Max estaba dormido y yo solo acariciaba su pecho mientras no dejaba de ver el techo. Sentí una presión que me jodía el pecho, miraba a Max y me sentía triste y preocupada, no paraba de pensar en todo lo que Max me habia dicho anoche, aunque quería creerle no podía. Tenía a Omar pisandome cada vez los talones, no salía de la casa sino fuera por algo especial, y ni siquiera en la casa estaba segura.

— Sé que estas pensando eso...

— Estoy bien Max.

Susurré y besé sus labios, me abracé a su cuerpo sintiendo como su pecho subía y bajaba tranquilamente. Su mirada adormilada se fijo en mí y le dediqué una sonrisa.

— ¿Confías en mí linda?

— Confío en tí.

Sonrió y como ya era costumbre beso mi cabeza, me dió uno de los "te amo" más fuerte de lo que eran antes, y es mi lugar favorito en mi vida.

— Entonces, levántate, vístete cómoda, ponte un bañador y bajemos a desayunar.

— ¿Dónde iremos?

Pregunté y solo sonrió y se levantó dejando un dulce beso en mis labios, para tomar mi mano y ayudarme a levantar.

— Ya lo verás.

Sonriendo se fué hacía el armario cogió un par de cosas, se cambió, fué al baño y salió de la habitación guiñándome un ojo y lanzandome un beso. Sonreí mordiendo mi labio y me levanté, y con algo de flojera caminé hacía el baño hice mis necesidades y luego fui hacía el armario y saqué de mi maleta, un bañador negro completo, unas sandalias bajas, un vestido largo y cómodo, y un bolso.

Solté mi cabello y me maquillé un poco y luego salí de la habitación, no conocía muy bien la casa, pero sabía el camino para salir de ésta o ir a la piscina, para mayo alivió un hombre algo viejo se encontraba hablando con una sirvienta al final de las escaleras, bajé rápido y el señor al verme me miro de pies a cabeza sin descaro.

— Disculpe señor, ¿No a visto a mi prometido?

— La verdad es que no, acabo de llegar señorita.

Sonrió mordiendo su labio mirando mis senos.

— ¿Se le perdió algo?

— Para nada, solo he quedado admirando su belleza.

La fulmine con la mirada.

— Mire señor, deje de verme como si fuera un objeto para admirar. Asi que por su bien deje de verme.

— Los ojos se hicieron para ver, y yo estoy encantado con su perfecto culo.

Le dí un fuerte puñetazo en la nariz, y el hombre retrocedió tocándose, y estaba llena de sangre. En ese momento Max habia llegado a mi lado sonriendo.

— Es toda una fiera ¿No? Esas son las buenas... Se lo dije la primera vez señor Díaz, esta mujer es mía, yo soy el único que le hace le amor en las noches, agradecería que no volviera a molestarla, ya sabe de lo que está hecha.

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