Capítulo 23

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Cedric Diggory apareció menos de cinco minutos después de que Severus saliera por la puerta; estaba acompañado de su bulloso padre –un hombre de rostro rubicundo, incipiente calva y barba escasa de color castaño– y cargado con una gruesa maleta que llevaba a la espalda. El viento había hecho que el ondulado cabello color castaño claro del muchacho se le revolviera y le cayera sobre el rostro. El joven se acomodó la maleta sobre la espalda para luego pasarse la mano por el cabello, dejando a la vista unos brillantes ojos color jade.

Aquellos ojos recorrieron el lugar, yendo a posarse al fin sobre la menuda chica de coleta rubia que se sentaba de forma descomplicada en una silla en la mesa más escondida del lugar.

– ¡Amos Diggory! –Exclamó Tom desde detrás de la barra– me preguntaba cuando aparecerías por estos parajes. Ya es temporada de caza, ¿eh?

– Efectivamente, Tom, ¡tú lo has dicho! –Le respondió el hombre que acompañaba al muchacho de manera jovial– ¿tienes algo para mí y para mi hijo?

– Por supuesto, por supuesto. Los llevaré a su habitación para que se acomoden y luego podrán bajar a llenar sus estómagos. –Les dijo el dueño del bar– ¡Carlota! –Voceó Tom.

Una pequeña mujer de cabello negro y corto y grandes pechos salió por la puerta de la cocina, estaba vestida con un delantal cubierto de lo que parecía eran cientos de sustancias diferentes.

– Prepara lo de siempre para los Diggory. –le ordenó.

La mujer asintió y volvió por donde había llegado.

Los tres hombres se dirigieron a la segunda planta.

Violet, quien había estado indiferente a todo el cruce de palabras, escogió ese momento para levantar la cabeza del Profeta y dirigirla al muchacho que subía de último la escalera.

Era alto y tenía un porte atlético, su piel de color melocotón se veía ligeramente bronceada por el sol; no aparentaba más de 15 o 16 años. ¿Asistiría a Hogwarts? Era muy probable si esa era su edad...

Fue entonces cuando el muchacho, tal vez sintiendo que un par de ojos color celeste lo observaban, dirigió su mirada hacia la planta baja, directamente hacia la mesa donde yacía sentada Violet, demasiado directamente. Sus miradas se cruzaron y Violet, sintiéndose descubierta, cubrió nuevamente su rostro (que estaba completamente rojo) con el diario.

Una sonrisa pícara apareció en el rostro de Cedric Diggory.

Violet casi había olvidado el encontrón –de ojos, por supuesto– con aquel atractivo muchacho que tan parecido era a Marco Millar, así que salió al callejón Diagon y comenzó a curiosear.

Entró en al Emporio de La Lechuza y compró algunos paquetes de frutos secos lechuciles para Endora y Hamlet, las lechuzas de su madre y la suya, respectivamente.

Pasó luego por Flourish y Blotts, y compró un montón de libros sobre alquimia básica y avanzada de todos los autores que pudo encontrar. Algo le faltaba a su investigación, tal vez en aquellos libros encontrase la respuesta.

Se dio un pasón rápido por la tienda de calderos en la que compró dos calderos más de peltre, el suyo estaba ya casi destruido por el uso y necesitaría uno más para la escuela. Hizo que el dependiente los enviara directamente a la mansión Bancroft –sin dejar pasar por alto la pasmada cara del hombre mientras escribía la dirección del lugar.

Después de ordenar que todos aquellos libros, demasiado pesados para que los cargara ella con sus pequeños brazos, se llevaran directamente a la mansión Bancroft –cada persona a la que llegó la dulce voz de Violet levantó la cabeza al escuchar tal apellido–, la chica salió y fue directamente hacia la tienda de artículos de Quidditch. No había entrado la última vez ya que había sido su madre quien le había comprado su escoba, pero esta vez, al entrar, sus ojos se abrieron de par en par. Su estupefacción duró solo un par de segundos hasta que recordó que debía guardar la compostura.

La Princesa de la Alquimia (Harry Potter Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora