Capítulo 10

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Al entrar en la tienda –estrecha y de vitrinas polvorientas– una campanilla sonó al fondo del lugar. Grandes estanterías que iban del suelo al techo, repletas de pequeñas y alargadas cajas componían el lugar.

Sobre el escaparate –cubierto por una gruesa capa de polvo– había una caja de cristal, y dentro de ella, sobre un cojín color purpura, se hallaba una solitaria varita.

El suelo de madera crujió, sobresaltando a las mujeres.

– Buenos días.

Tras el estante, se encontraba un anciano de cabello cano y despeinado, unos ojos grandes y pálidos sobresalían en el arrugado rostro.

– Buenos días, señor Ollivander. –lo saludó Eliade.

El anciano la miró, entrecerrando los ojos.

– ¡Eliade Prince! No la veía desde que vino a acompañar a su hermana a comprar su varita. Haya y pluma de fénix, ligeramente rígida, no lo olvido. Me quedé esperándola hasta que alguien me comentó su situación; es una pena. De la familia Prince siempre salieron talentosos magos.

Eliade le sonrió educadamente al hombre, aunque Violet vio como el borde de los labios le temblaba ligeramente.

– Y viene acompañada de...

Continuó el anciano vendedor, mirando fijamente a Violet. Una chispa de reconocimiento apareció en los ojos de Ollivander.

– Violet Bancroft.

No era una pregunta.

– Te esperaba hace tres años.

– Ah, sí, es que yo...

– Ha estado utilizando la varita que fue de su madre –dijo Eliade, sorprendiendo a su hija

– ¿Ah, sí? ¿Y le ha funcionado bien?

– ¡Maravillosamente!, hasta que se rompió accidentalmente al caer Violet de la escoba.

«¿Caer de la escoba? ¿Desde cuándo es tan buena mentirosa?» Pensaba Violet intentando disimular su estupefacción... «Espera un momento, ¿escoba

– Oh, es una lástima, era una excelente varita, pero no hay problema, hay una varita Ollivander para todo tipo de persona. Tal vez esta es una señal y ya era hora de que viniera por su propia varita. –dijo el anciano mientras sonreía.

Luego sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas.

– Bien, pues comencemos ¿Con qué brazo coges la varita?

La chica estiró automáticamente hacia el hombre la mano derecha, como si le hubiera preguntado con que mano escribía.

– Bien, muy bien.

El señor Ollivander comenzó a medir con la cinta métrica el brazo de la chica.

– Cada mago o bruja debe tener su propia varita, jamás obtendrás tan buenos resultados, ni podrás exteriorizar todo tu poder con la varita de otro mago. Dime, querida, ¿te sentías cómoda con la varita de tu madre?

– Bueno...

Violet se sentía incomoda, pues no sabía que decir.

El señor Ollivander, tomó su incomodidad como un gesto de vergüenza.

– Lo imaginaba –le dijo.

Seguía midiéndola, ahora de la rodilla a la axila.

– Bueno, creo que es suficiente. – dijo el anciano al detenerse.

Se alejó y desapareció tras una estantería repleta de polvorientas cajas, volviendo con las manos repletas de estas. Abrió una de las cajas y le pasó una varita.

– Endrino y pelo de unicornio –anunció–, bonita y flexible. Tómala y agítala.

Violet hizo lo que le decían, sintiéndose un poco extraña, pero no pasó absolutamente nada. El señor Ollivander cambió rápidamente la varita que tenía en la mano por otra.

– Sauce y pluma de fénix.

No sucedió nada igual que la vez anterior. Después de un par de varitas más, el hombre se retiró una vez más tras una estantería y volvió con una polvorienta caja. Sacó la varita que esta contenía y la alargó hacia Violet.

– Ciprés, 31 centímetros y medio, ligeramente elástica.

En el instante en que la chica tocó la madera, sintió que esa era la indicada. Un calorcillo pasó de la varita a sus manos y de sus manos al resto del cuerpo, como dándole la bienvenida después de tanto tiempo. Violet sacudió la varita frente a ella y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes.

– Creo que has sido elegida, Violet.

– ¿Elegida?

– Es la varita quien elige al mago. –Le dijo el anciano– y es curioso que esta esté destinada a ser tuya, ya que del mismo corazón de dragón que compone esta varita, salió el núcleo con la cual hice la segunda varita de tu padre... aunque la de tu padre era de roble.

– ¿Segunda varita?

– Así es. Al igual que tú, Robert Bancroft rompió su primera varita, fue hace dieciséis años si la memoria no me falla. Vino a mi tienda con un corazón de dragón completo. Lo había cazado el mismo, según me dijo. En ese tiempo aun no era ilegal la caza de dragones, por supuesto –añadió–, y quería que de allí sacara el núcleo central para su nueva varita. Pero era demasiado, y con lo que sobró hice una varita adicional. Y esa varita es la que tienes en las manos.

El señor Ollivander puso la varita de Violet en su caja y la envolvió en papel de embalar.

– Tu padre estaría muy complacido si supiera que ese inmenso corazón sangrante que trajo a mi tienda contenía el núcleo central de la varita de su hija. –Dijo el anciano entregándole la caja a la chica, quien le sonrió mientras la tomaba– además, las varitas de ciprés están asociadas con la nobleza, mi padre solía decir que le honraba emparejar una varita de ciprés, pues sabía que estaba conociendo a una bruja o un mago que tendría una muerte heroica. –los ojos de Violet se abrieron como platos ante esta declaración– oh, pero no se preocupe por eso. Afortunadamente, en estos tiempos menos sedientos de sangre, los poseedores de varitas de ciprés son raramente llamados a dar sus vidas, aunque sin duda muchos de ellos lo harían si fuera necesario –y tras esto, señor Ollivander le guiñó un ojo a la chica.

Eliade pagó siete galeones al anciano hacedor de varitas, quien las acompaño hasta la entrada de la tienda.

– Muchas gracias, señor Ollivander. – le dijo Violet al despedirse.

– Ten más cuidado con esta, querida, y esperemos que la segunda sea la de la suerte. –le dijo el hombre sonriéndole sospechosamente.

La Princesa de la Alquimia (Harry Potter Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora