Capítulo 10

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Los días se habían pasado rápido y para mi sorpresa todo iba bien. Mi salud mejoró un cien por ciento, estoy al corriente con mis terapias, veo a mi hermano todos los fines de semana y salimos a pasear por la ciudad, trato de mantener de pie la relación saludable con mi padre pero tengo la leve sospecha que todo está empezando a ser como antes, y no de la buena manera, pues siempre llega tarde a la casa y ni siquiera alcanzamos tener una plática de más de cinco minutos.

—Papá —llamé su atención y él levantó la vista del plato de comida —. ¿Puedo ir en bicicleta hoy?

Él mastico lentamente la comida mientras pensaba la respuesta.

—No comprendo porqué quieres ir en ese cacharro —habló cuando trago el bocado dulce —. Puedo dejarte todos los días a la escuela, Maya.

—Lo sé, es sólo que has estado llegando tan tarde por mí que pasó más tiempo en la escuela que en la casa —en realidad, no me molestaba, pues pasaba más tiempo con Anna y el tiempo a su lado se iba volando.

Con mi amiga no he tocado el tema sobre lo que pasó con Elías hace una semana, pero tengo la leve sospecha de que ella sabe algo pues evita mencionar al chico en nuestras platicas e incluso Elías a dejado de comer con nosotras en el almuerzo.

—Arreglare eso luego —papá contestó —, por el momento la bici queda suspendida indefinidamente.

—Pero, papá...

—Nada de peros, hija —me interrumpió con el rostro serio.

Suspire frustrada y seguí comiendo mi almuerzo.

—¿Entonces si no tengo bicicleta, puedo al menos usar un teléfono? —pregunté mirándolo a la cara.

El limpió su boca con una servilleta y se puso de pie, por un instante pensé que ya no regresaría pero volvió segundos después con un aparato en su mano. Me lo extendió y me quedé un momento sin palabras.

—Toma, éste será tu teléfono ahora, tal vez no es tan moderno como ese celular con tapa que recién salió, pero servirá para emergencias.

El celular era tan pequeño que apenas llenaba la mano de mi padre. Tomé el aparato aún sin palabras y lo encendí, hizo un ruido extraño y mire a mi padre.

—¿Dónde está mi anterior celular? —pregunté.

—¿De qué hablas? —bebió un poco de agua.

—¿Dónde está el celular que utilizaba antes del accidente? —insistí.

Él suspiró cansado y limpió sus manos con la servilleta para después dejarla caer en la mesa con pesadez.

—Se perdió en el accidente —resolvió pero no le creí.

Papá no sabía que había recordado cómo fue el accidente, él no sabía que yo ya recordaba que él conducía la camioneta en la que nos estrellamos contra un trailer de carga. Pero prefiero que así sea, prefiero mantener todo para mí y resolver mis dudas con cautela.

—Sabes mi número, cualquier emergencia puedes llamarme —volvió a hablar —. ¿Ya tienes todo listo para ir a la escuela?

—Sí —asentí y me puse de pie dejando mi plato sobre el fregadero.

—¿Irás a terapia hoy? —preguntó a mis espaldas.

Mordí mi labio nerviosa antes de girarme a mirarlo.

—En realidad, te quería pedir permiso de salir al cine, después de clases —jugué con mis manos nerviosa.

Mi padre levantó la ceja y se puso de pie mientras recogía la mesa.

Aún no sé quién soyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora