Capítulo 27

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Evan condujo durante un par de horas hasta llegar a una playa privada en la que el único sonido era el de las olas rompiéndose en la orilla. El mar siempre me traía bonitos recuerdos de las vacaciones familiares, ya que desde que tenía uso de razón, todos los veranos íbamos con mis abuelos a alguna playa de España.

Evan tomó mi mochila, negándose a que yo la llevara. Nos quitamos los zapatos para poder sentir la arena en nuestros pies. Me tomó de la mano y me llevó hasta una pequeña cabaña de madera.

Sacó las llaves abriendo la puerta y dejándome fascinada por lo acogedora que era.

— ¿Y esto? —le pregunté analizando cada bonito rincón de la casa. Pude ver que la cabaña era de su familia porque había fotografías enmarcadas en las que aparecía Evan junto a unas niñas.

—La compré cuando ya sabes... paso lo de tu accidente.

— ¡Es preciosa, Evan! —la cabaña estaba en muy buen estado, por lo que pude deducir que venía a menudo por aquí.

—Cuando... estuviste en coma, vine a verla, no me tomo mucho tiempo decidir qué quería comprarla. No quería perderte y estar en este lugar me hacía tranquilizarme y tener fe —sentí tristeza al ver cómo los ojos de Evan se comenzaban a enrojecer, así que me acerqué rápidamente a él para abrazarlo.

—Yo siempre estaré contigo, aquí —señalé su corazón y él dedicó una sonrisa melancólica. Deseé con toda mi alma que Evan no hubiera tenido que sufrir todo esto porque ninguna persona merece sufrir.

— ¿Te apetece ir a nadar al mar antes de que anochezca?

— ¿Y cómo nado? No me avisaste que tenía que traer traje de baño.

—Puedes nadar desnuda —me dijo moviendo sus cejas de arriba a abajo.

—Evan... no te pienso darte ese gusto —me mordí el labio inferior para provocarlo.

—Tienes razón, no queremos que los peces se asusten al verte —le di un puñetazo en el brazo, pero él era más fuerte que yo, así que lo debió sentir como una caricia.

— ¿Cómo puede haber tanta violencia dentro de un cuerpo tan diminuto? —habló riendo mientras me revolvía el cabello. —Puedes nadar con tu ropa interior. Al fin y al cabo, es como si llevaras un traje de baño.

—No sé, Evan.

—No soy ningún desconocido, amor —me tomó la cara con sus manos y me miró. —Así que no tienes que avergonzarte ante mí —le sonreí asintiendo con la cabeza. —Pero toma, puedes usar mi camiseta si así te sientes más cómoda.

— ¡Gracias! —me entregó la camiseta negra que había traído puesta durante el viaje. Caminé al baño y me cambie.

Cuando terminé de ponerme su camiseta, él ya traía puesto un short. No mentía cuando decía que el cuerpo de Evan parecía sido esculpido por los mismos ángeles.

Me tomó de la mano y comenzamos a correr hacia la playa. Entramos al agua y ambos nos sumergimos sin pensar en lo fría que estaba. Él me tomó de la cintura y cuando pensaba que me iba a besar, me empujó hacía el fondo, haciendo que me tragara agua.

— ¡Que no sé nadar bien! —grité moviendo mis brazos para que me ayudara. Cuando se acercó asustado a ayudarme, lo jale hacia abajo.

— ¡Que mentirosa! —estallé en carcajadas porque lo había engañado. Comenzó a salpicarme y yo reí más por su enojo.

Evan se acercó a mí y yo puse mis brazos alrededor de su cuello para sujetarme por si volvía a hacer alguna de las suyas, pero esta vez me atrajo a él para unir sus labios con los míos en un desesperado beso que hacía que sintiera mariposas en el estómago. En ese instante me di cuenta de que mi boca había esperado por sus labios durante toda la vida.

Perfecta Atracción ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora