De nuevo estaba comenzando a sudar. El sueño parecía querer atraparme y sumergirme en un mundo desconocido. Escuchaba dos voces, me removía incómoda en la cama, de aquí para allá. Y tomaba las sabanas en un puño. Quería despertar.
"No puedo abrazarte".
"Despierta de una vez".
"¿Vas a volver a casa?"
El sueño era todo blanco, nada más.
"Eso espero..."
Luego desperté, pasó lo mismo que la primera vez que había llegado a casa. Me agarré el pecho fuerte y comencé a respirar irregularmente. Comencé a sollozar con todas mis fuerzas, era tan horrible escuchar esas voces en mi cabeza.
—Es horrible...—musité entre sollozos. — ¡Por Dios! Esto es horrible.
Mi mamá llegó corriendo hasta mi habitación.
— ¿Qué pasa, Sav? ¿Qué sucede?
— ¡Lo mismo de siempre! —exclamé con la voz quebrada. —¡Quiero recordar de una maldita vez!
Se acercó a mí y me acarició el cabello como a una niña.
—Tranquila cariño. Está todo bien.
—No lo está. Me está doliendo demasiado —me agarré el pecho fuerte y respiré.
— ¿Qué te duele mi amor?
—La falta de alguien o de algo. No lo sé...—me cubrí la boca para calmar los sollozos. — ¡Quiero que pare!
—Tranquila, ¿de acuerdo? Tranquila, Sav.
Se levantó de mi cama y corrió a la cocina para traerme un té junto con una pastilla para dormir, ni siquiera sentí mis ojos cerrarse, sólo caí en la cama como si me hubieran dado un golpe en la cabeza.
Desperté de repente, mi mente todavía borrosa por el sueño. Intenté moverme, pero algo no estaba bien. Mis piernas no respondían. La parálisis se apoderó de mí y el pánico se instaló rápidamente en mi pecho. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, como si quisiera escapar de mi cuerpo. Un sudor frío recorrió mi frente mientras trataba de comprender lo que estaba pasando.
—¡Mamá! —grité con desesperación, mi voz quebrada por el miedo—. ¡Mamá, no puedo mover mis piernas!
El eco de mi grito resonó en la habitación, y en un abrir y cerrar de ojos, escuché los pasos apresurados de mi madre. La puerta se abrió de golpe y ella entró corriendo, sus ojos llenos de preocupación.
—¿Qué pasa, Sav? —preguntó, acercándose rápidamente a mi cama—. ¿Qué tienes?
—¡Mis piernas, mamá! —gemí, sintiendo cómo la angustia aumentaba con cada segundo—. No puedo moverlas, no sé qué me pasa.
Ella se agachó junto a mí, tomando mis manos entre las suyas, tratando de calmarme.
—Tranquila, mi amor —dijo con una voz que intentaba ser firme, aunque podía notar el miedo en sus ojos—. Vamos a llamar al médico, todo va a estar bien.
Pero en ese momento, el pánico seguía siendo más fuerte que cualquier consuelo. Sentía mi respiración entrecortada, el sudor empapando mi cuerpo, y la impotencia de no poder hacer nada por mí misma nuevamente.
El doctor llegó una hora después, su expresión serena pero profesional. Después de una exhaustiva revisión, se sentó junto a mi cama y me miró con compasión.
—He revisado tus piernas y no hay señales de daño neurológico —comenzó a decir, su voz calmada—. Lo que estás experimentando es debido a la atrofia muscular. No has movido tus piernas en más de un año, y esto ha causado una debilidad extrema en tus músculos.
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Perfecta Atracción ©
RomansaSecuela de "Perfecta Destrucción" Si estás pensado en leer esta historia, es necesario que leas la primera parte para entenderle. Después de despertar de un largo coma, Savannah se enfrenta a una realidad desconcertante: no recuerda nada de lo que...