24. Lo pequeño que es el mundo

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Michael

—¡Feliz cumpleaños cariño! —mi madre me abraza fuertemente, mientras el resto de mi familia aparece frente a la casa de Noah.

—Gracias mama —río un poco por su exagerada reacción, aún entre sus brazos, le correspondo y abrazo.

Como extrañaba hacerlo estos últimos meses.

Mi padre se me acerca, aprieta mi mano y me palmea la espalda —Felicidades hijo—, su mirada y sonrisa son sinceras— estoy muy orgulloso de tí.

—Gracias papá —subo mis brazos para pasarlos encima de sus hombros, aún cuando sé que no es muy de demostraciones de afecto, pero mi intento es interrumpido.

Sofí por su lado, salta encima de mí y se sujeta de mi cuello —¡Feliz cumpleaños tonto! —, suelto una carcajada y la abrazo de vuelta, la pequeña entierra su rostro en la unión de mi cuello y hombro y se sujeta fuertemente, deposito un beso en su cabello.

Ella no suele ser afectuosa a no ser porque sea una ocasión especial, sin embargo, en mis cumpleaños se apega a mí como un pequeño chicle.

—Pasen adelante familia Evans —, la voz de Noah suena detrás de mi abriendo más la puerta para que todos pasen.

Sus reacciones son graciosas, todos tienen los ojos como platos y la boca formando una “O”, inspeccionando el interior de la casa, a decir verdad, yo también quede así al llegar, la casa de Noah es más que despampanante, pisos de mármol, techo de una perfectamente pulida madera, gran escalera que da hacia el piso superior, una sala inmensa, y cocina y comedor espaciosos, todo de concepto abierto y con un singular blanco y beige como decoración, él indica que pasemos a la sala de estar y todos se sientan.

—¡El gran William Evans! —Saluda un muy alegre Sr. Sebastián, mientras se adentra en la sala.

—¡Sebastián! Amigo —mi padre se acerca y lo abraza—a su manera— tal como a mi hace unos minutos —. Cuanto tiempo.

—Así es —asiente y busca acomodo en el sofá cerca de mi familia.

—Sr. Sebastián, Ella es mi madre Camille Evans y mi hermana menor…

—Sofí ¿Cierto? —me interrumpe, mientras mira a la pequeña acurrucada en el sofá.

Ella se levanta del mueble y estrecha la mano del Sr. Lauda efusivamente —Así es Señor, Sofía Evans —, frunce el ceño ligeramente, con seriedad— próxima tenista y neurocirujana.

La sorpresa no cabe en el rostro del Señor Sebastián, quien corresponde a su mano y comienza a conversar con todos.

El Sr. Lauda es una persona muy carismática, me atrevo a decir, que de ahí Noah saco ese encanto con mi familia, su padre, es un hombre alto y robusto y de rasgos finos, similares a los del beisbolista, como el mío, tiene un gran porte, siempre elegante y distinguido.

Por como Noah y él me explicaron, creció en Inglaterra y, por razones económicas, vino a Toronto a sus 12 años junto con el resto de su familia. A esa misma edad conoció a papá jugando béisbol en un equipo de ligas infantiles, pero al finalizar sus estudios, perdieron el contacto entre ellos, hasta hace unos años para una asociación con la compañía.

Debo admitir que su historia me sorprendió mucho, así como se ganó mi admiración, los extranjeros nunca tienen la vida fácil en otro país, menos en otro continente, pero el sr. Lauda es un ejemplo de superación.

Pasamos una tarde muy agradable, mientras ellos daban sus anécdotas y sus experiencias en la escuela todos reíamos, no tenía idea de que mi padre era de meterse en tantos problemas y jugar bromas en la secundaria, mucho menos con alguien como el Sr. Sebastián, al parecer sus actitudes cambiaron drásticamente con la madurez.

Ellos quedaron impresionados con "lo pequeño que es el mundo”, que Noah y yo nos conociéramos, quedaramos de compañeros en el campamento e hiciéramos amigos, y ahora se celebraría mi cumpleaños en su casa, se puede decir que es una de las más grandes casualidades a decir verdad, sin embargo, el Sr. Lauda estaba encantado con la idea y cada vez que mis padres emitían una disculpa o agradecimientos —que yo ya había expresado, porque no todos los días alguien hace algo así por tí—, él alegaba que era un placer.

Ya llegadas las 5pm mis padres decidieron retirarse, al igual que el Sr. Sebastián, mi madre se encargó de traerme ropa y un presente por su parte, y luego de abrazos y personitas pegadas a mi pierna se fueron, añadiendo que vendrían mañana en la tarde.

—Muy bien —Noah habla por su teléfono —Espero que lleguen pronto —y en cuanto colgó la llamada en su teléfono, el timbre resonó por toda la casa.

Luego de lo que me pareció una hora, de cargar grandes cajas, luces y escuchar los gritos de mi amigo, la casa de Noah parecía una verdadera discoteca, una gran cabina de Dj en una esquina de la sala, luces dentro y fuera de la casa y un mini bar cercano a la cocina, incluso tacos para sentarse y puntos de fotos, todo listo y preparado para que llegaran las personas, a excepción de… Nosotros, que aún llevábamos ropa del campamento y el polvo acumulado de las cajas.

Al entrar a la habitación que la Sra. Gina me asigno, me bañé y alisté para salir a mi fiesta… Eso suena raro, al menos para mí, una sensación extraña se instala en mi estómago. Pero la emoción también me invade, no es como que el hecho de que vaya a tener una fiesta no me alegra, es solo que me pone nervioso pensar en una reunión de ese estilo.

—Muy bien pequeño Michael, cumpleañero y oficialmente chico legal—Noah pasa su brazo por mis hombros al encontrarnos en el gran pasillo antes de las escaleras, su mano viana por mi cabello y lo revuelve, de una risa lo empujo lejos mientras seguimos caminando, él suelta una carcajada antes de acercarse y gritar con gran entusiasmo—¡Hora de que comience la fiesta!

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