Capítulo 1: No he podido olvidarla

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¡Odio esto!

No es que sea claustrofóbico ni nada, pero los aviones nunca han sido de mis lugares favoritos. Mucho menos después de doce horas de vuelo y con otras tres más para llegar a mi destino.

Lo cierto es que ir a la universidad al otro lado del mundo tiene muchas ventajas, pero a su vez muchas desventajas y esta es una de ellas. Mi hermana mayor, Scarlett, estuvo muy escéptica cuando le conté que aceptaría la beca completa que me otorgaron en la universidad de Sydney, la cual cuenta con uno de los mejores programas de arte del mundo. Su escepticismo no se trata de que ella no creyera que fuese competente, iba más con el hecho de que por cuenta propia aceptaría estar la mayoría del año solo y al otro lado del mundo.

Acepté la beca porque sabía que era lo correcto y porque necesitaba alejarme lo más que pudiera de ella y de sus recuerdos.

Como si ya este viaje no fuese de lo peor, el bebé en el asiento detrás del mío comienza a gritar como si lo estuvieran asesinando. No tengo nada en contra de los bebés, de verdad, mi problema viene más conmigo y mi mala suerte, ¿por qué siempre debo ser el pasajero que se encuentra rodeado de puros pasajeros molestos? Al menos esta vez no se encuentra junto a mí el idiota que decide emborracharse para que su viaje sea más placentero.

Al ver que el bebé pretende dar un buen concierto durante algún rato, tomo mi equipaje de mano y no tardó en sacar mis auriculares y mi cuaderno de dibujo. Sonrío mientras presiono la lista de reproducción "buen viaje, Jer", mi prima Abby fue la que la descargó para mí unos días antes de irme a la universidad. Ella dijo que si era capaz de irme al otro lado del mundo para vivir mi sueño, también podía escuchar un tipo de música que no fuera música clásica. La verdad es que el rock no está nada más, ciertamente Freddy es un dios.

Subo el volumen de los auriculares al máximo y tomo uno de mis trozos de carboncillo y simplemente comienzo a dibujar. He dibujado desde que tengo memoria, no recuerdo un solo momento en el que el arte no haya sido una parte importante de mi vida. El arte me ha hecho lo que soy.

Mientras crecía me gustaba pensar que mis manos tenían memorias de una vida pasada, en la que también fui artista. A veces yo mismo me sorprendo con lo que puedo crear, sobre todo porque entro en mi propio mundo en el que pienso una cosa, pero mis manos plasman otra.

No soy capaz de saber lo que dibujo hasta reconozco los rizos de su cabello, Peyton Leticia Price era en su total definición un desastre y yo estuve encantado de terminar en medio de ese remolino con rizos.

Le dio un giro de ciento ochenta grados a mi vida y ni siquiera con eso fui capaz de sacarla de mi mente, ni mi corazón. La triste verdad de todo esto es porque no he podido olvidarla, a pesar de todo el daño que me hizo.

Dibujo cada detalle de su rostro, tal cual lo recuerdo. Su hermosa sonrisa; sus labios finos, aquellos que sellaron todas las promesas que nos hicimos y que nunca cumplimos. Sus ojos marrones, igual de oscuros que la corteza de un árbol que se encuentra en el patio de la casa de los Price, el mismo donde pasamos incontables atardeceres pensando en lo que sería de nosotros. En el juego del amor siempre hay uno que entrega más que el otro, entre Peyton y yo, fui yo.

Cuando recuerdo todo por lo que pasamos y me siento así, sé que soy un total imbecil. Ella ya rehízo su vida, siguió adelante, y yo sigo siendo el mismo chico idiota que ella abandonó a la mitad de la noche y del que ni siquiera fue capaz de despedirse. No puedo evitar escribir mi firma en la esquina de la hoja cuando termino el dibujo, otro más que va a la carpeta llena de obras de Peyton.

Mis oídos recienten el volumen de la música por lo que apago la música y me deshago de los auriculares.

—Demonios —me quejo, cuando lleno todo de carboncillo e intento idear una forma de tomar mi pañuelo de la mochila, sin manchar más cosas. Mamá va a matarme.

Luz de Luna (Saga Alfas #3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora