¡Atención!
El presente capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas.
***
El dolor de cabeza me ha despertado pasado el mediodía. Estoy solo, en la cama de mi hermana y con su cobertor de color naranja rabioso cubriéndome la mitad del cuerpo. ¡Quién sabe cuánto llevo así! Ni siquiera noté cuando Elena se levantó; mucho menos, en qué momento me quedé dormido.
Con dos dedos aprieto mi tabique y lo masajeo con suavidad mientras cierro los ojos de nuevo, en un inútil intento por conseguir que aminore la migraña. Justo entonces, escucho que alguien abre la puerta.
—¡Hey, dormilón! El almuerzo ya está listo —dice la dueña de la habitación, en voz baja y con aire divertido—. Levántate a comer con nosotras.
—Voy en un minuto. —contesto y ella se va.
«Parece que a la mocosa le hizo bien una noche de sueño profundo —comenta el insoportable atrapado en mi mente—. Tal vez deberías probar darte el mismo tratamiento que a Elenita, a ver si durmiendo bien se te desaparecen de una jodida vez esas putas jaquecas.»
—Tal vez no padecería tantas jaquecas, si no tuviera a un idiota taladrándome la maldita cabeza todo el bendito día —alego con sarcasmo, lo que hace que el otro se llame a silencio.
Después de un par de respiraciones profundas y pausadas, me levanto. Me urge ir al baño.
—Ya iba a ir a despertarte otra vez. No te demores, la comida se enfría —me apura Elena, que se asoma al pasillo en el instante en que voy saliendo de su cuarto.
—Ya voy, ya voy. Deja que me lave la cara, al menos —respondo, casi risueño; sé que su prisa se debe a que el estómago le está reclamando que lo llene. Algunas cosas no cambiarán nunca.
En cuanto termina el almuerzo, las dos muchachas se van a echar una siesta. Elena se quejó de haberse quedado con sueño; lo que —probablemente— sea efecto remanente del sedante que puse anoche en su jugo de fresas. Victoria, en cambio, no se veía tan cansada como otros días, a pesar de haberse desvelado cumpliendo con mi pedido de cuidar a mi hermana.
Ahora, solo en la sala-comedor y con una humeante taza de café en la mano, aprovecho para ver el noticiero del canal local. No dicen absolutamente nada, sobre ninguno de los temas que me interesan.
—Es raro —susurro para mí—. Es muy raro... ¿Cómo es posible que todavía no hayan encontrado el cadáver del tal Enrique? ¿Qué nadie ha olido la peste que emana? ¿No hay alguien a quien le importe que el fulano no haya vuelto a dar señales de vida, de un día para otro? Es raro...
El informativo finaliza y apago el televisor. Me quedo pensando en aquel asunto por un buen rato. También se me hace extraño que tampoco hablaran sobre los asesinatos en casa de los Petraglia. ¿Qué acaso, en esta condenada ciudad, a nadie le importa una mierda de nadie?
«Es muy probable que el idiota de Egidio no se animara a contar lo que vio en aquel inmundo bar abandonado —sugiere el Darien en mi mente—. El viejo es tan cobarde, que seguro se cagó del susto al ver al muertito y decidió callar, por miedo a quedar involucrado en ese asesinato. Hasta debe haberse llevado el auto de la mujer, para que no los relacionen con "el apestosito".»
Su lógica me resulta acertada, pero no termina de convencerme. Hay demasiados temas que me mantienen preocupado, sobre los que no se ha dicho nada en los noticieros. Intentaré buscar en internet alguna información, porque no me parece normal que no se hable de ellos.
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Espejos rotos ©
Fiksi UmumLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...