44- Dulce venganza

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El sonido del soplete encendido no alcanza a apagar la letanía de los ruegos de Alicia Dielcar. Me aburre. Ni siquiera he comenzado, ¡y la estúpida muchachita ya está deshecha en lamentos!

—Por favor... Por favor, Darien, por favor... No... no hagas esto —suplica.

Estoy tentado de amordazarla para no oírla más, pero eso impediría que el padre —encadenado justo frente a ella— disfrute de su agonía como el maldito hijo de puta merece. 

Abro el maletín y acaricio el contenido con la yema de los dedos, contemplando la variedad de cuchillos con malsano orgullo. El filo curvo del "deshuesador" me tienta, pero me parece poco apropiado para empezar.  

 «El fileteador. Toma el fileteador —sugiere la molesta versión de mí que vive encerrada en mi cabeza—. Dio excelentes resultados con la tía Evangelina, ¿recuerdas?»

La sonrisa que me provoca el rememorar aquel momento causa que el llanto de mi incipiente víctima incremente. La miro y le dedico un gesto para que se calle, poniendo el índice sobre mis labios y siseando suave. 

—Vas a pagar por esto —amenaza César, mordiendo las palabras con la fuerza de esa furia ciega que lo invade. Le regalo un corto encogimiento de hombros.

 —Me lo cobras cuando nos encontremos en el infierno —contesto entre carcajadas.

Doy dos pasos hacia Alicia, pero el sonido de un coche llegando me interrumpe.

—¡¿Qué mierda...?!

Antes de que pueda completar la frase y maldecir a gusto, Erik —que había salido a respirar un poco de aire fresco— baja corriendo la escalera.

—Tu hermana está aquí —me informa y mis alarmas internas se disparan todas al mismo tiempo. 

«¿Qué puta mierda vino a hacer Elena? ¡Le repetí mil veces que no la quería aquí!»

Antes de que pueda salir a su encuentro, la tonta mocosa aparece detrás de Erik, seguida por la rubia embarazada.

—No pude evitar que viniera —se disculpa Victoria. «¡Como si sus excusas me sirvieran de algo en este momento!»

—Creí haber sido claro contigo —le reprocho a mi hermana, que ignora mi reprimenda y empuja a Erik para venir a abrazarme.

Hay algo de desesperación en la manera en que se aferra a mí; aun así, el enojo que me causa su desobediencia no merma ni un poco. La aparto con poco cuidado y la guío afuera.

 Una vez la saco al patio, la tomo por el brazo y la giro con brusquedad para que me vea a la cara.

—¿Qué parte de "no te quiero presente hasta que todo termine" no entendiste? —le recrimino—. ¿A qué viniste? ¡¿A qué?! ¿Acaso quieres complicarme las cosas? ¿No se te ocurrió pensar...?

—Soñé que te mataban —murmura, interrumpiéndome.

Sus ojos se llenan de lágrimas y no me sale hacer más que inspirar profundo y soltar el aire despacio, para encontrar un punto de calma antes de volver a hablarle.

—Elena... —Suspiro—. No puedes poner todo de cabeza cada vez que tienes una puta pesadilla.

—Te llamé y no respondiste —alega entre sollozos.

—Estaba ocupado —me justifico.

La fastidiosa vocecita de mi socio mental me recuerda lo que sucedió la última vez que ella tuvo un mal sueño. Esto consigue bajarle un par de rayas a mi irritación, mas, me mantiene enfadado el no saber qué demonios hacer con ella, ahora que está aquí. 

Espejos rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora