Victoria se ha estado comportando de manera extraña desde que se levantó de su siesta, cuando Elena y yo estábamos acabando de merendar. No tiene buena cara, y me enoja mucho que esté ocultando... lo que sea que le pasa.
—Creí haberte dejado claro que no debes esconderme ninguna cosa que te suceda —le recuerdo cuando ya no resisto más su silencio.
Elena se levanta de la silla y va a llevar nuestras tazas al fregadero; quizás, para no quedar en medio de la discusión que se imagina venir. La rubia, en cambio, sigue metiendo cucharadas de yogur en su boca como si no supiera que espero una respuesta suya.
—Estoy bien, no me duele nada —responde después de empujarme hasta el bendito borde de la exasperación—. Solo... tuve una pesadilla.
Mi hermana regresa de la cocina y se queda de pie, observándonos. Tal vez se lo pensó mejor y decidió acompañarnos para evitar que me pase de la raya con mi trato hacia Victoria, que se ha quedado viendo el fondo del envase de yogur como si fuese la cosa más interesante del mundo.
—Soñé que moría —suelta tras unos segundos de silencio, después de exhalar un largo suspiro. Se toma un momento para dejar correr las lágrimas que le inundaron los ojos—. Daba a luz y moría.
No se me ocurre qué decirle. Por fortuna, Elena sí sabe cómo darle consuelo.
—Es normal que tengas sueños feos —dice, sin moverse de donde se quedó parada—. Mi madre también tuvo pesadillas al final de su embarazo, poco antes de que naciera nuestro hermano menor. Solía dormir con mis padres en esa época, por eso recuerdo que varias noches despertó sobresaltada por haber tenido un mal sueño. Papá me explicó que se debían a los miedos que acosan a cualquier mujer a punto de dar a luz.
Victoria no luce muy convencida; acaricia su vientre con tristeza, hasta que levanta la mirada para encontrar mis ojos.
—Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero... —Ella duda, y yo estoy casi seguro de lo que va a pedirme—. Si algo me pasa, si algo llegara a salir mal y... En caso de que yo no pueda cuidar del bebé por algún motivo, ¿podrías encargarte de buscar una buena familia para él?, por favor...
La súplica queda flotando en el aire. En verdad, no tengo la más mínima intención de hacerme cargo de problemas que no son míos; pero, tampoco tengo la hijoputez que hace falta para negarme a eso por lo que acaba de implorar. Entonces, asiento sin palabras. Victoria dibuja una sonrisa apesadumbrada a modo de agradecimiento, aunque el llanto no ha dejado de mojarle la cara.
El momento sentimentaloide con la rubia dejó un aire pesado, cargado de melancolía; tanto la futura madre como mi hermana se quedaron pensativas por un buen rato, lo que puso de muy mal humor a "mi yo mental". El condenado se pasó casi una hora despotricando dentro de mi cabeza, molesto por la situación y las caras largas.
«En lugar de seguirle el absurdo jueguito a la panzona, deberías estar pensando en el mensaje que enviarás por la desaparición de la mocosa.», se queja sobre el final de su extensa perorata.
—Es hora de llamar a los Lace —le indico a Elena, solo para que el imbécil fastidioso se calle—. Trae tu teléfono.
—Voy a recostarme otro rato, me siento un poco cansada todavía —dice Victoria, levantándose para ir a su habitación. Sé que es solo una excusa para no estar presente durante el llamado, así que me abstengo de preguntar si se siente mal.
Mi hermana regresa con el aparato aún desarmado y me lo entrega. Coloco la batería en su sitio y me tomo unos minutos para pensar en lo que diré, antes de encenderlo.
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Espejos rotos ©
Narrativa generaleLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...