Hace treinta días atrás, Alfonso Heit era un completo desconocido para mí; hasta que detuvo su camioneta en medio de la carretera para "acercarme a la civilización" y acabó ofreciéndome un empleo. Hace apenas una semana, me llevó al centro comercial para que compre algunas cosas que me estaban haciendo falta, con el dinero que me pagó por la limpieza del restaurante.
Definitivamente, la moneda de la suerte cayó a mi favor desde que el buen hombre se cruzó en mi camino. No solo que ahora tengo techo, comida y ropa decente, sino que hasta puedo hacer planes a futuro con el pago que recibiré por seguir trabajando aquí.
«Tal vez deberías olvidarte de venganzas estúpidas y comenzar una vida normal, como la que debiste tener...» sugiere la voz en mi cabeza, despertando cierta ira hacia mí mismo por siquiera contemplar esa idea. Meneo la cabeza en negación.
—Merezco cobrarme los años que me hicieron perder; tienen que pagar por cada maldita cosa que pasé, ¡y por todo lo que me arrebataron! —mascullo en respuesta a mi yo interior.
La soledad de las noches siempre me lleva a tener largas pláticas con "el Darien en mi mente". Él suele ser más racional, más metódico en sus decisiones; incluso, mucho más calculador. Es la voz que me aconseja sobre lo que me conviene. No obstante, hay ocasiones en las que prefiero no escucharlo.
«Si vas a seguir adelante con esa idiotez, necesitarás hacerte de varias cosas...» me aconseja.
—Lo sé —le contesto por lo bajo—. Por eso voy a quedarme aquí por algún tiempo. El sitio es seguro y me da oportunidad de juntar dinero para las cosas que me harán falta.
«Lo primero que tienes que hacer, es descubrir los movimientos de tu enemigo...» insiste.
Sé que tiene mucha razón. Antes de intentar cualquier cosa, necesito conocer los pasos de "mi muy querido tío"; los que dio desde que me encerraron en el condenado loquero, los de antes de eso y —por sobre todo— cada uno de los que da en el presente.
«Para sorprenderlo con la guardia baja, necesitas aprenderte sus rutinas al detalle...»
El estampido de un trueno se desata repentinamente y pone en pausa a la voz en mi cabeza. Me aproximo a la ventana que da al frente del restaurante para ver el cielo, en el que un sin fin de relámpagos estallan y se deslizan entre las nubes oscuras y pesadas, en una danza luminosa que anticipa un impresionante aguacero.
Por enésima vez, me repito lo afortunado que fui al cruzarme en el camino de quien hoy es mi empleador. Dudo que hubiera podido sobrevivir por mucho tiempo entre las ruinas del hospital, expuesto a las inclemencias del clima que hemos tenido últimamente y que es tan propio del invierno en esta región del mapa.
—Será mejor que me vaya a dormir. —murmuro sin apartar la mirada del paisaje tras la ventana. La de mañana será una jornada pesada; debo dejar listo todo para la bendita inauguración del restaurante.
Me acomodo bajo el mostrador, donde vengo durmiendo desde la primera noche que pasé aquí, y el sueño me vence a poco de cerrar los ojos. Entonces, las pesadillas regresan.
Aunque no he dejado de padecerlas cada tanto a lo largo de los años, hacía tiempo que no venían a atormentarme; sin embargo, la que me sume entre sus redes siniestras hoy, es una de las peores que he experimentado. Las imágenes que mi mente guarda sobre el asesinato de mi familia se mezclan con otras que vienen a mi memoria y que se relacionan con el maldito incendio del que casi no salgo vivo. A esto, se le suma la desesperante sensación de estar siendo perseguido por alguien a quien no consigo ver, pero que —no me cabe la menor duda— me acosa para hacerme daño.
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Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...