34- Sangre de mi sangre

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¡Atención!

El presente capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas.

***

César Dielcar. Acérrimo competidor de mi padre y progenitor de la hermosísima y curvilínea Alicia, con quien tuve un ligero "romance" poco antes de que me acusaran de asesinar a mi familia y me encerraran en aquel manicomio. 

De todos los jodidos nombres que el imbécil de Egidio podía pronunciar, justo ese, no lo tenía en mi lista de posibles causantes de tanta tragedia. Fue nada más oírlo, que la memoria me llevó en un vuelo kamikaze —sin escalas— hasta la época de mi tonta adolescencia.


Nueve años atrás:

El verano está terminando con temperaturas insoportables; tanto así que, hemos estado yendo a refrescarnos en el partidor del arroyo toda la bendita semana. 

Hoy —por primera vez y alentado por las divertidas anécdotas que le compartimos de nuestras tardes en el desolado sitio— se nos ha sumado Erik Johan, vecino de los Grenet y compinche de toda la vida de nuestro querido Saúl. A Nico no se lo ve muy feliz con la presencia del "intruso".

—En verdad se está  de maravillas aquí —comenta el invitado, lo que le arranca un soplido bajo a mi mejor amigo, quien parece ya no poder ocultar su descontento a estas alturas.

—¡Te dije que lo pasábamos genial! —le contesta Saúl, simulando no haber notado el mal humor del otro. Mañana podemos venir de nuevo, ¿no? —propone.

¿Mañana? ¡Imposible! —Erik esboza un gesto de frustración y se explica—: Es el cumpleaños de la ahijada de mi madre; si llego a faltar, me asesina. Bueno, tanto como matarme no, pero seguro me corta las salidas por un par de meses.

La sonrisita que trata de ocultar Nicolás al oír que no tendrá que soportar al nuevo también al día siguiente, me tienta; me gusta hacerlo cabrear de vez en cuando. 

—Si nos invitas a ese cumpleaños, tal vez podamos convencer a tu madre para que te deje venir con nosotros más temprano —sugiero, malicioso, nada más que por darle por su lado a Nico.

Saúl y Erik se miran entre ellos y luego a mí. Ambos sonríen, cómplices, lo que me da a entender que la idea les resulta viable. El otro maldice por lo bajo y se arroja al agua. Suelto la carcajada; me salí con la mía: Nicolás está furioso. Lo conozco lo bastante para saberlo.


Mis padres no han tenido inconveniente en que me quede a pasar el fin de semana en lo de los Petraglia; no es la primera vez que lo hago y, estoy muy seguro, tampoco será la última. "El niño mimado de la casa" —hijo único del matrimonio— y yo, llevamos unos diez años siendo amigos inseparables y nuestras familias se conocen al punto de tenerse mutua y plena confianza. Esto será una buena coartada para ir a aquella fiesta sin avisarles.

La esperada invitación nos llegó de parte de la mismísima señora Johan, quien encontró amable de nuestra parte incluir a su solitario hijo en nuestro grupo y quiso retribuirnos la gentileza. 

—A los padres de Alicia no va a molestarle en lo más mínimo que lleve algunos invitados más —dijo la mujer para dar por concluido el tema—. Y a Erik le sentará muy bien tener amigos con quienes conversar. No le gustan este tipo de reuniones.

Así es como, después de pasar una espectacular tarde a pura risa en el partidor, estamos ahora cenando los cuatro juntos, en una mesa cercana a la que ocupa la homenajeada y su familia.

Espejos rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora