33- Confesión

41 8 0
                                    

¡Atención!

El presente capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas.

***

La visita al médico me dejó un tanto preocupado. Según dijo el facultativo después de examinar a Victoria, el crío ya está en posición de nacer y el parto podría desencadenarse de un momento a otro. Tener que estar pendiente de eso me parece otra maldita complicación. ¡Cómo si no tuviera cosas más importantes de qué ocuparme! ¡Maldita sea!

La voz sensata en mi cabeza —esa que siempre trata de propiciar la calma dentro de mí— hizo el intento de hacerme ver lo útil que resultaría tener a mi querida hermana atenta a lo que pasa con la rubia, pero la misma Elena se encargó de derribar esa teoría: anda de lo más inquieta, por la inminencia del acontecimiento. 

—Hay que elegir un nombre ¡ya! —comenta en cuanto la futura madre termina de ponerla al tanto de las novedades.

—Voy a ver cómo anda todo en el sótano —me excuso, solo por no quedarme a presenciar lo que que armarán estas dos. ¡Hasta el puto moño estoy del asunto! 

Ya les hice una visita en la madrugada, aprovechando mi tedioso insomnio, por lo que no espero encontrarme con grandes cambios allá abajo. 

Egidio sigue sin asumir su situación de cautivo; todavía cree que está en posición de exigirme mejor trato. Mario, en cambio, se está comportando más dócil de lo que supuse que haría; quizá, porque teme que cualquier contradicción a mis caprichos le reporte que decida interrumpir sus curaciones. 

«El único motivo para querer curarse, es que tenga planeado fugarse...», salta a recordarme el insoportable que siempre lo critica todo con ojo clínico.

—Lo sé —susurro en respuesta mientras descorro la plancha metálica y dejo entrar aire fresco antes de bajar. El inmundo hedor no ha desaparecido, a pesar de que llevo más de tres días ventilando y atendiendo la herida de Petraglia.

«Entiendo que lo quieras en buen estado para que resista la tortura que planeas aplicarle, pero... ¿En verdad es "tan" necesario hacerle las curaciones? Él podría ocuparse solo; después de todo, es el principal interesado...», alega quejosa otra de las voces.

—Mario es lo bastante idiota como para intentar engañarme, fingiendo que las medicinas no le hacen efecto para que lo saque de su encierro —contesto, también por lo bajo—. No voy a desperdiciar mi tiempo siguiéndole ese jueguito. Quiero irme de este sitio tan pronto como me sea posible.


La mejilla del infeliz no hace más que empeorar; o al menos, eso me parece. La piel alrededor del corte que le practiqué con la navaja se está desprendiendo a grandes jirones, que caen hasta rozar el límite de su mandíbula y dejan a la vista un sector —con forma de óvalo— de músculo que no luce nada sano. Los rebordes purulentos completan el cuadro y, aquella especie de nube que le invadió el ojo, no ha desaparecido. Me intriga qué tanto es capaz de ver aún con él.

—Lávate —mando, extendiéndole una botella con agua jabonosa que preparé en el baño. El gesto de dolor que esboza cuando el líquido toca su cara me resulta de lo más gratificante. 

—¿Hasta cuándo piensas retenernos en este... inmundo lugar? —indaga Egidio, frunciendo la boca con asco al referirse al sótano. 

Resoplo con pesadez; estoy cansado de repetir lo mismo una y otra vez.

—Hasta que me den la información que necesito —contesto con fastidio, sin quitar mi atención de lo que hace el herido. Antes de que el viejo se suelte con la cantinela de siempre, reitero las respuestas que ya le he dado otras veces sin necesidad de que pregunte—. Comerán cuando yo considere que necesitan hacerlo; beberán cuando a mí se me antoje proporcionarles agua. Y no van a salir vivos de aquí, a menos que obtenga lo que quiero. 

Espejos rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora