¡Atención!
El presente capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas.
***
Elena está tan feliz con su nuevo teléfono, que tuve que llamarle la atención para que dejara de juguetear con él mientras almorzábamos. Ni siquiera tiene conexión a internet, pero los juegos preinstalados de fábrica la tienen al punto de la fascinación. Eso la mantendrá entretenida, en tanto yo me ocupo de mis asuntos en el sótano; al menos, por hoy.
—Cuida el aparato y no olvides mantener cargada la batería —le recuerdo por enésima vez, lo que la hace gesticular con fastidio—. Hablo en serio —insisto—. Recuerda para qué fue que me pediste que te lo comprara —añado, consiguiendo que ella cambie su actitud, con una madurez que vuelve a sorprenderme.
—Tendré cuidado —promete, yéndose a su habitación.
—Es una muchachita muy responsable, para los pocos años que tiene —comenta Victoria sobre Elena, a lo que asiento.
—No debería serlo —contesto con la mirada fija en el punto por el que desapareció mi hermana—. A su edad, tendría que estar planeando tonterías para cometer con sus amigas, armando algún berrinche porque no le permiten salir de noche, o haciendo cualquiera de las típicas trastadas que se le ocurren a cualquier adolescente, y no... —La rabia que trato de mantener a raya me impide completar la frase. Bufo por lo bajo—. Elena no debería estar metida en medio de toda esta mierda que me rodea. Sin embargo, no tuve más opción que traerla conmigo; no podía dejarla en manos de esos mismos que le robaron la infancia que merecía tener.
El silencio que se extiende tras mis palabras, solo es corrompido por el sonido de mi respiración pesada. Puedo sentir los ojos de Victoria puestos en mí, aún cuando no he apartado la vista de la puerta del cuarto al final del pasillo.
—Necesito que me ayudes con ella —digo al cabo de un par de minutos—. Necesito que hables con Elena de... esas cosas que hablan las chicas. Ya sabes: de ropa, música, novelas... —Giro mi atención hacia Victoria para comprobar que entiende a qué me refiero—. Quiero que tenga al menos un poco de "normalidad" en su vida; tanta como sea posible, teniendo en cuenta las circunstancias presentes.
La rubia mueve la cabeza en un corto asentimiento y le sonrío.
—Esta noche prepararé una cena especial —le cuento, cambiando de tema—. Después de comer, quiero que tú y Elena se vayan a dormir. No las quiero dando vueltas mientras me ocupo de "los invitados" que tengo encerrados.
Victoria se mantiene inmutable, a pesar de que acabo de confirmarle que hoy mismo comenzaré mis matanzas. No es tonta, y además, a estas alturas tiene asumido que no puede opinar sobre nada, que no la involucre directamente.
No fue difícil conseguir de aquella medicación con que nos idiotizaban en el manicomio. Sé que, en su estado, no puedo utilizarla en la rubia; pero ella no es problema, no va a presentarse en el sótano a mitad de "mi faena". Sí me preocupa que mi hermanita lo haga, así sea por esa absurda curiosidad que cualquiera tiene a su edad.
«¿Estás seguro de que es buena idea dopar a la mocosa?», fastidia la versión de mí en mi cabeza.
«¡No voy a doparla! —respondo indignado; en pensamientos, para que nadie me oiga—. ¡¿Qué clase de hijo de puta crees que soy?! Solo... me aseguraré de que duerma profundamente, para que no vaya a caer en la tentación de meter la nariz donde no debe.»
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Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...