El par de idiotas que investiga "la masacre del sótano" está de regreso. Esta vez, se aseguraron de tener autorización del médico para interrogarme; supongo que la vieja de la voz chillona los puso verdes después de sacarlos de la habitación, hace ya dos días.
Rodríguez vuelve a ocupar la silla junto a mi cama y desde allí me observa con interés. Gutierrez, en cambio, se ha quedado de pie junto a la puerta y tiene cara de no estar muy atento a lo que hablo con su compañero.
No me fío de ninguno de los dos. Estoy convencido de que sus posturas son pura fachada y que van a caerme con todo en cualquier momento.
Lo único que les interesa, es saber qué demonios pasó en aquel condenado lugar y cómo fue que resulté el único sobreviviente.
—Cuéntenos, ¿cómo fue que Alicia Dielcar terminó incinerada en la bodega? —pregunta Rodríguez de buenas a primeras.
—Yo la busqué —contesto, lo que hace que se incline hacia adelante y me mire con el ceño apretado—. Quería tener una charla con ella; necesitaba... pedirle perdón.
—Explíquese —exige.
—Nosotros tuvimos un breve romance —cuento—. Éramos un par de adolescentes entonces. Yo no me porté bien con ella; fui un idiota. Quería disculparme por lo que le hice sufrir, así que, la busqué. Compartimos un café y, cuando llegó el momento de irnos, Alicia insistió en continuar nuestra conversación. Creo que... creo que tenía la ilusión de convencerme de volver, de retomar lo que teníamos, antes de que me encerraran en el manicomio.
—La llevó con usted a la casa que compartía con su hermana y la otra muchacha —afirma Gutierrez sin moverse de su sitio, adelantándose a lo que estoy diciendo. Asiento.
—Fue muy insistente —me justifico—. Por más que le repetí varias veces que volveríamos a vernos, ella... No quiso oír razones. Y no me dejó más opción que llevarla conmigo. Ni siquiera se me cruzó por la cabeza que Mario pudiera estar esperándome en la casa. Todo lo que quería era evitar que alguien más me viera; ya bastante me había arriesgado al ir a buscarla. —Suspiro con pesar—. ¡Todo lo que pretendía era enmendar el daño que le había hecho! Pensé que, quizá, si Alicia me perdonaba y conseguía dejar nuestra historia atrás, el padre desistiría de perseguirme y mi hermana estaría a salvo.
—¿Qué hizo Petraglia cuando lo vio llegar con la hija de Dielcar? —demanda el más viejo de los investigadores.
—Comenzó a reírse. Nunca voy a olvidar el modo como se carcajeó —respondo, apretando la mandíbula como si "recordar" aquello me enfureciera—. Ni siquiera me dio tiempo a hacer nada para evitar que atrapara a Alicia. Sacó un arma y le apuntó, al tiempo que decía: "bienvenida al infierno que creó tu padre". Después la encerró en el sótano y ya no pude verla; solo él tenía llave del candado y no dejaba que nadie más bajara.
Por un minuto interminable, todo es silencio dentro de la habitación. Los hombres que han venido a interrogarme no apartan los ojos de mí.
—Intenté todo lo que se me ocurrió, para convencerlo de que la dejara ir —prosigo—. Mario me prometió que no la lastimaría; dijo que solo la retendría uno o dos días, hasta que consiguiera que César se entregara a cambio de la libertad de la hija... —Golpeo el puño de mi brazo sano contra el colchón—. ¡Fui un imbécil al creer que la dejaría marcharse! Nunca... —La pausa le da el exacto toque de dramatismo que buscaba para mi relato—. Nunca tuvo intenciones de permitir que se fuera. Y para cuando me di cuenta de eso, ya era tarde.
—¿Por qué no denunció lo que estaba pasando? —interviene Gutierrez, acercándose hasta los pies de mi cama—. ¿Por qué no llamó a la policía?

ESTÁS LEYENDO
Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...