Ha pasado casi una semana desde que asesiné a Aldo; todavía no se produjeron novedades en torno a eso, a pesar de que la policía no deja de rondar por aquí a cada rato.
Al parecer, no han podido esclarecer siquiera si el enfermero iba solo en su auto o si alguien lo acompañaba, aun cuando han revisado el registro de las cámaras de seguridad de la gasolinera infinidad de veces.
—La policía estuvo aquí... otra vez —comenta Sergio en cuanto entro a la cafetería—. Ya perdí la cuenta de las veces que les aseguré que yo ni siquiera estaba aquí a esa hora.
—El playero me dijo esta mañana que a él también lo tienen harto. Vienen todos los días y hacen las mismas preguntas, como si uno fuera a darles una versión distinta a lo que pasó aquella noche. A mí también me están cansando —me quejo.
—Se nota que no tienen ni idea de por dónde empezar a buscar al asesino —acota el pecoso mientras prepara mi café de todos los días. Me lo entrega y voy a sentarme ante una de las computadoras—. No lo van a encontrar —asegura de pronto, lo que me empuja a mirarlo con curiosidad—. Quien haya sido, ya debe estar bien lejos de aquí.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Es lo que yo haría —responde sin dudar y levantando ligeramente los hombros—. Es decir, si yo matara a alguien, no me quedaría en el lugar del crimen para que me atrapen.
La simpleza de su pensamiento me tienta a soltar una carcajada, que apenas si consigo contener.
—Supongo que sería poco inteligente quedarse... —Le dedico un guiño de complicidad, como si yo compartiera su idea.
Lo veo asentir con un corto movimiento de cabeza y vuelvo mi atención a la pantalla. Necesito saber en qué anda mi tío; creo que es tiempo de ocuparme de ajustar cuentas con él de una jodida vez.
La noche estuvo tranquila. Pocos comensales y un clima de calma, que se ha ido asentando a medida que pasan los días y los empleados del restaurante van echando al olvido ese asunto del "asesino suelto".
Ahora que ya todos se marcharon y me encuentro solo, sentado junto al ventanal que da a la gasolinera con la mirada perdida más allá de los surtidores, no puedo apartar de mi cabeza la imagen que ocupó la pantalla completa de la computadora en la tarde. Una mezcla de odio y temor vuelve a recorrerme entero.
—¡Maldito viejo hijo de puta! —mascullo con los dientes apretados.
Todo está mal. Todo está insoportablemente mal, y no hay mierda que pueda hacer justo ahora para enmendarlo, a pesar de que mi voz interior me grita que tengo que hacer algo de manera urgente.
Tenía la esperanza de que algún otro pariente se hubiese hecho cargo de mi hermana. Pero, ¡no! Elena está —desgraciadamente— bajo la tutela del condenado hermano de mi madre y, esto, no hace más que acrecentar mis deseos de asesinar a todos los que permitieron que eso pasara.
La dulce e ingenua Elena está en manos de aquel mismo que —sospecho cada vez con más firmeza— orquestó la masacre de nuestra familia. Lo supe al ver aquella foto que ilustraba el enlace que abrí, en la que el infeliz posaba con su estúpida mujer y mi hermana se encontraba parada en medio de ellos.
Recuerdo mis ojos llenándose de una emoción que tenía olvidada; recuerdo los latidos de mi corazón acelerándose hasta sofocarme... Volver a ver a mi hermanita, después de tantos años de no saber nada de ella, pobló mi mente de recuerdos que tenía prácticamente olvidados. Y al mismo tiempo, descubrir en manos de quién fue a dar, me aterró hasta la mierda.
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Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...