31- Como un espejo roto

54 9 25
                                    

Nunca —en mis veinticuatro años de vida— me he sentido tan molesto como en la cena de esta noche. Compartir la mesa con Victoria, después de la charla mental con mi socio, es la cosa más incómoda que me ha tocado pasar jamás.

Por supuesto, a mi astuta hermanita no se le pasa desapercibido que algo extraño sucede conmigo; lo que viene a convertirse en la guinda de un postre que hubiese preferido no degustar.

«¡Cambia esa cara de niñito al que pescaron en plena travesura! —me intima el imbécil dentro de mi cabeza—. Si continúas comportándote como un idiota, la panzona va a sospechar que te traes algo contra ella. Y eso no nos conviene.»

—¿Me puedes contar qué te pasa? —indaga Elena, dejando de comer para quedarse viéndome con las cejas levantadas—. Estás más raro de lo que acostumbras.

Meto un trozo de pescado en mi boca para demorar la respuesta, con la esperanza de que tome mi silencio como un "no quiero hablar de eso"; pero no desiste y mantiene la mirada inquisidora sobre mí.

—Voy a necesitar tu agenda —contesto, luego de limpiar mis labios y beber un poco de agua para pasar el nudo que se ha formado en mi garganta—. Quiero indagar un poco más sobre los personajes que apuntaste allí.

«¡Qué gallina!», exclama el maldito invasor de mis pensamientos, tratándome como si fuera un puto cobarde. Lo ignoro y sigo comiendo, como si nada.

—Esta semana tengo que ir a consulta con el médico —dice Victoria después de un largo silencio. Ni siquiera la miro; lo que hace que se explique, suponiendo quizá que no entiendo de qué me habla—. La doctora que me vio dijo que debía volver...

—Lo recuerdo —la interrumpo, tratando de que no note que mi singular humor se relaciona con ella—. Mañana veo cómo me organizo para llevarte.

Elena carraspea y, antes de que pronuncie la primera palabra, ya sé que tema va a tocar. ¡Maldita sea!

—Hablando de mañana... —La sonrisita que esboza me desalienta de cortar su intención de referirse al cumpleaños de la rubia—. ¿Crees que haga mucho calor? —pregunta con picardía, fingiendo que ha olvidado qué día es para ver la reacción de la otra.

—Es probable —respondo, siguiéndole el juego con poco ánimo.

No tengo intención de alentar a Victoria a creer que me importa mucho que sea su aniversario, pero tampoco tengo la hijoputez que me haría falta para cortarle la diversión a Elena. Ese tonto festejo que tanto la ilusiona es lo más parecido a "normalidad" que han tenido sus días, desde que nos reencontramos. ¿Cómo quitarle eso?

—Mañana va a llover todo el día —pronostica la embarazada, como si no hubiese notado la mala actuación de mi hermana.

—¿Cómo sabes que va a llover? No ha caído una gota en toda la semana, y tampoco anunciaron nada en la tele —refuta Elena con aire provocador.

—Sé, porque sé. Siempre toca día feo para...

Lo que fuera a decir Victoria se queda en pausa. Un gesto de dolor le borra la sonrisa con que hablaba segundos antes y —mi hermana y yo— nos levantamos de la silla al mismo tiempo para acercarnos, sin saber qué demonios pasa ni si hay algo que podamos hacer por ella.

—E-estoy... estoy bien —nos tranquiliza antes de que alguno de los dos pueda preguntar nada—. Perdón por asustarlos. Solo fue una patada en las costillas —cuenta, para reafirmar que no le sucede nada grave—. A veces hace estas cosas. Además de apretar mi vejiga, su juego favorito es darme estos sobresaltos.

—Tal ves sea porque se siente apretado —alienta Elena—. Ya no le queda mucho espacio donde moverse.

—Sí; yo creo que es por eso —coincide la futura madre, acariciando su vientre—. Se debe sentir incómodo.

Espejos rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora