Ahora que tengo listo el sitio al que lo traeré, es tiempo de ocuparme del modo de atrapar a mi "querido tío". Necesito conocer bien los pasos que da Egidio, para así encontrar el momento y lugar oportuno donde sorprenderlo.
«Apuesto a que el condenado viejo se caga en los pantalones en cuanto te tenga delante —dice mi yo mental, carcajeándose—. Debe creerte enterrado en una fosa común, junto a todos los locos a los que nadie reclamó. Seguro que el muy hijo de puta celebró que el incendio haya arrasado con todo y le ahorrara el trabajo de sacarte de en medio...»
Algo más de seis meses han pasado desde aquella noche, cuando el manicomio se convirtió de pronto en una postal de lo que —supongo— debe ser el infierno. Me he esforzado tanto por no recordarlo, por no dar pie a que aquel suceso se convierta en otra fuente inagotable de pesadillas despertándome a mitad de la madrugada, que hasta obvié pensar en cómo acabó ese asunto. ¿En qué habrá quedado la investigación? ¿Se habrán conformado con la mentira de los peritos, a los que escuché ponerse de acuerdo en atestiguar que el siniestro fue producto de una fuga de gas? ¿Y los muertos? ¿Los habrán identificado a todos?
Muevo la cabeza en negación y encojo brevemente los hombros, desestimando el tema. Debería ver qué pasó con eso, lo sé, pero tendrá que esperar un poco más. Tengo algo más urgente de qué ocuparme y, en tanto no me traiga complicaciones inmediatas, puedo posponerlo por unas semanas más.
***
Convencer a Victoria de no salir de la casa durante mi ausencia no fue nada trabajoso; solo tuve que recordarle que, allí, en algún lugar de esta misma ciudad, todavía hay alguien esperando quedarse con su hijo.
No había ninguna necesidad de decirle, también, que es muy probable que la busquen por la desaparición del fulano que la perseguía la noche que la conocí, pero fue un gustito que le dí al insoportable que me atormenta en mis propios pensamientos. Se la veía tan asustada cuando salí que, por un instante, sentí pena de dejarla sola. Pero es mejor así, el miedo evitará que cometa alguna estupidez irreparable. No puedo estar pendiente de ella todo el tiempo, tengo mis propios asuntos qué atender.
«¡Más le vale no hacer ninguna tontería! —espeta el Darien en mi cabeza, refiriéndose a la rubia—. Le has puesto un techo sobre su cabeza, en lugar de abandonarla a su suerte. ¡Hasta tiene una despensa bien surtida a su entera disposición! Además de estar agradecida contigo, debería ser capaz al menos de arreglárselas sin ti por un par de días...»
—No vamos a demorar tanto —susurro en respuesta, sin apartar los ojos de mi objetivo.
Al otro lado de la calle, Egidio Lace baja de su auto e ingresa al enorme chalet en el que ha vivido desde que se casó y donde, además, mantiene a mi hermana bajo su tutela. Las luces encendidas dentro de la casa me permiten apreciar, a través de las vaporosas cortinas, sus movimientos yendo hacia donde —según recuerdo— está la habitación que utiliza como despacho.
«Todo lo que hace falta es una excusa que lo obligue a salir de nuevo. Solo eso necesitas, D.», sugiere aquella segunda voz que aparece cada tanto, con la que mi "yo estratega" concuerda.
«Una vez que lo tengas aquí afuera, lo subes en su propio auto y te lo llevas.», concluye este otro.
—No es buena idea llevarnos el vehículo —les contesto en murmullos—. A menos que...
Durante unos segundos que se sienten eternos, cavilo acerca del asunto. Obviamente, necesito un medio de transporte en qué sacar al condenado viejo de aquí, pero me preocupa que luego puedan rastrear nuestro destino por medio del navegador satelital; el que no dudo, debe tener incorporado un vehículo tan moderno como el que posee aquel hijo de puta.
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Espejos rotos ©
Ficción GeneralLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...