16- Confesiones entre hermanos

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Acomodar la habitación que ocupará, fue solo una excusa para mantener a Elena ocupada por un buen rato. No me siento listo para hablar con ella acerca de los planes que tengo para con nuestro querido tío, y menos aún, para oír todo lo que mi hermana tiene para contarme sobre el tiempo que estuvimos separados.

Es una estupidez posponer lo inevitable, lo sé; solo quiero disfrutar de su presencia un poco más, antes de que todo comience a irse a la mierda.


—Me gusta —dice, sonriente, echando una ojeada a la estancia desde el lugar de la cama en que está sentada—. En verdad, me gusta mucho como quedó mi recámara. 

Yo también sonrío, satisfecho porque todo lo que compré para ella le ha encantado. Temía que sus gustos hubiesen cambiado, ahora que ya no es tan niña como cuando la vi por última vez.

De pronto, la expresión en su rostro cambia; la sonrisa se le desvanece lentamente y muerde el costado de su labio inferior. Una sombra de tristeza cruza por sus pupilas y se me hace que es hora de tener la maldita charla, que ambos hemos estado evitando toda la mañana.

—Egidio y la bruja de su mujer se apropiaron de los negocios de papá —murmura con amargura y deja escapar un soplido frustrado—. No puede hacer nada para evitarlo —agrega, dando un golpe a la cama con el puño apretado por la ira.

—Eras demasiado chica para poder hacer algo, no debes sentirte culpable por eso —intento animarla, pero eso parece enfurecerla más.

—¡Pero ya no lo soy! —Descarga otro puñetazo a la cama—. ¡Y todavía no he podido hacer ni una maldita cosa para remediar aquello! 

—Lo haremos, juntos. Y más pronto de lo que imaginas —prometo, aguantando en la punta de la lengua la intención de recordarle que solo tiene catorce años. Ella ignora mis palabras y se suelta a hablar sobre su estadía con el matrimonio Lace.

—Odié cada segundo que pasé en aquella casa. Egidio no es más que un viejo decrépito, que se deja gobernar por la bruja de su mujer. ¡Evangelina es una verdadera harpía! Se aprovecha de la falta de carácter del marido para obligarlo a consentirle todos sus caprichos. 

Estoy tentado a preguntarle si le hicieron algún tipo de daño en el tiempo que tuvo que convivir con ellos, pero decido esperar para hacerlo. Veo más prudente dejarla desahogarse primero, para después sí averiguar a fondo todo lo que necesito saber y que solo Elena puede contarme. 

—Esa vieja es el diablo en persona. Detrás de esa fachada de mosca muerta, existe el ser más despreciable que conocí en mi vida —dice, refiriéndose a la mujer de nuestro tío—. Estoy segura de que la idea de quedarse con nuestra herencia, fue de ella.

Ahora es a mí a quien se le escapa un resoplido cargado de furia. ¿Cómo demonios no vi venir esto? ¿Tan ciego estuve, durante tantos años, como para no darme cuenta de la clase de persona que era aquella hipócrita? ¡Jodida mierda! ¡Si hasta llegué a pensar que sería la única a la que no tendría que cobrarle cuentas! Fui un completo idiota al juzgarla. 

—Hay algo más que no te he dicho todavía —murmura, bajando la mirada. Por un instante espero lo peor, ¡pobre del que se haya atrevido a tocar a mi hermana!—. No sé cómo vas a tomarte esto, Darien. Sé que siempre le tuviste mucho cariño, pero... —¡El maldito suspenso me está matando!—. ¿Recuerdas a Mario Petraglia?

—¿El padre de Nico? —pregunto lo obvio, solo por confirmar que habla de la misma persona a la que me remite ese nombre. 

—Ese mismo —asiente.

—¿Qué pasa con él?

—Además de ser uno de los tantos que le pone cuernos a Egidio con su mujer, sospecho que está enredado en la apropiación de los negocios de papá.

Espejos rotos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora