El despacho es territorio arrasado. Los cajones del escritorio están volcados sobre el piso y la caja de seguridad tiene la puerta abierta. Alguien —no sé si los peritos de la policía o alguna otra persona—, ha dejado un reguero de papeles por toda la habitación.
—Dudo mucho que haya quedado algo que pueda serme útil —digo para mí, con el dolor y la ira pugnando a brazo partido por tomar control total sobre mi persona. Me angustia, tanto como me enoja, ver el espacio de trabajo de mi padre en tan lamentable estado.
Observo la estancia a través de la penumbra; camino sobre las hojas desperdigadas hasta quedar de pie frente a la biblioteca. Allí, en los espacios libres que dejan los libros, las fotos familiares vienen a empujar a mi memoria otra vez hacia el pasado, convirtiendo las sonrisas de aquel tiempo feliz en puñales que vuelven a desgarrarme el alma.
Necesito salir de aquí. ¡No soporto esto! No puedo lidiar con las emociones que me provocan tantos recuerdos, ni con las de esta realidad absurda que me toca vivir en el presente.
Atravieso el pasillo y llego al comedor; ni siquiera me detengo un segundo. Hay demasiada historia en torno a esa mesa hoy cubierta de polvo, como para que desee permanecer en este sector de la casa. Ya no voy a permitir que, aquello que ya no puedo recuperar, siga socavando mi cordura.
Recojo el bolso en el que guardé lo poco que voy a llevarme y me dispongo a abandonar lo que hasta hace ocho años era mi hogar. Entonces, los sonidos provenientes de la calle captan mi atención: alguien está discutiendo fuerte allí afuera.
Con suma cautela, me asomo por el ventanal que da al frente de la casa y espío lo que sucede.
—¡Alguien que me ayude! —grita una voz, inconfundiblemente femenina. Aunque está fuera de mi campo visual, puedo asegurar que se trata de alguien bastante joven.
—¡Deja que te encuentre y verás la que te espera, maldita perra! —amenaza un hombre, con la furia patente en su tono.
Se oyen sonidos de gente corriendo, más gritos de ella pidiendo que la deje en paz, más insultos de parte de él... El silencio se hace presente por algunos minutos; después, regresa el ruido de pasos presurosos que van y que vienen más allá de la acera.
«Deja que arreglen sus asuntos, no te metas. Lo que sea que sucede, no es tu jodido problema.», dice mi yo mental, con más intención de advertencia que de sugerencia.
Estoy a punto de responderle que no pienso inmiscuirme, cuando la veo: delgada, cabello rubio y alborotado, y un prominente vientre que deja en claro su avanzado estado de embarazo.
—¡Mierda! —exclamo por lo bajo, con la mandíbula apretada. No puedo quedarme de brazos cruzados, sin hacer nada. No puedo. Simplemente, no puedo.
«Vas a cagarla por todo lo alto...», insiste la voz en mi cabeza.
Sé que tiene razón; no obstante, sin detenerme a considerar los riesgos que pueda acarrearme el que me vean salir de esta casa, me dirijo a paso rápido hacia el jardín. La joven se detiene de repente al verme, su gesto se mece entre la sorpresa y la desesperación. Ni siquiera lo pienso: me acerco a ella, la sujeto por un brazo y la obligo a seguirme hacia la entrada.
—Quédate aquí y no hagas ningún ruido —susurro, para regresar afuera en cuanto la veo asentir.
Apenas he cerrado la puerta, cuando el fulano que la perseguía aparece. Se queda parado en medio de la calle y me observa. Una sonrisa burlona se dibuja en su cara. Sé que el infeliz está calculando, midiendo qué tan difícil le será deshacerse de mí e ir por la mujer, a quien debe haber visto que le dí refugio.
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Espejos rotos ©
Fiksi UmumLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...