Cuando la médico de la voz chillona me anunció que en un par de días podría irme del hospital, la primera idea que vino a mi mente fue la de mandar a limpiar el antiguo caserón familiar. Pero luego se me ocurrió que eso podía resultar contraproducente para mi hermana, que sería más acertado enfrentarla a lo que quedó, antes que fomentar en ella la falsa ilusión de que aquel sitio sigue siendo lo mismo que compartimos con nuestros padres.
«Necesitas tener una charla sobre "la vuelta a casa" con la mocosa.», sugirió el insoportable que vive en mi cabeza.
En eso estoy, justo ahora.
—Elena...
No me mira; presiento que sabe de qué quiero hablarle y que no se siente a gusto con eso. De todos modos necesito tocar este tema, así que continúo, a pesar de su aparente desinterés.
—Es tiempo de regresar a nuestro hogar —digo sin quitar los ojos de ella, que se entretiene jugando con el puño de su camiseta—. Entiendo que para ti puede ser difícil, que no has puesto un pie allí desde que...
—Está bien —interrumpe, pero aún sin verme a la cara—. No tienes de qué preocuparte, Darien.
Hace ese movimiento con la boca, que tan bien le conozco y que suele usar cada vez que algo le desagrada. Chasquea la lengua y deja escapar un suspiro cansado, resignado.
—Después de que nos separaron —cuenta, refiriéndose a cuando me detuvieron para llevarme a juicio—, un asistente social fue a casa de Egidio para ver cómo llevaba yo todos "los cambios" que se habían presentado en mi vida. Sugirió que me sería de gran ayuda ir con un terapeuta y, por supuesto, aquel par de viejos se aseguró de que lo hiciera.
Al oír eso, no puedo evitar pensar que al menos fueron buenos con ella en ese aspecto, aun si solo lo hicieron para cuidar su falsa imagen de tíos preocupados por el bienestar de la pequeña que era Elena entonces.
—Uno de los tantos temas que hablé con el psicólogo fue ese: el enfrentar la realidad de la casa vacía, cuando se diera la oportunidad de visitarla.
Por primera vez, en todo el rato que lleva sentada al borde de mi cama, se digna dirigir la mirada hacia mí. Sonríe, pero se nota el esfuerzo que está haciendo para ocultar su tristeza.
—Estoy lista —afirma—. Asustada, pero lista. Sé que no voy a hallar lo mismo que dejé; hace mucho tiempo que asumí eso. Además, ya no soy la cría de seis años que se quedó huérfana de padres y hermanos; ahora te tengo a ti, para que me ayudes a sobrellevar los recuerdos.
Más allá del amor incondicional que me une a ella, lo que siento en este instante, es admiración pura. ¡Admiro su fortaleza! No cualquiera sobrevive a todo lo que le tocó pasar a Elena en su corta existencia, con la entereza que ella lo está llevando.
Tomo su mano en la mía y, de inmediato, siento la fuerza con que me la aferra.
—Siempre estaré contigo —prometo, porque es cierto y lo sabe, pero nunca estará de más recordárselo.
Se acerca para besar mi mejilla y después vuelve a desviar la mirada. Se toma unos segundos para apartar las lágrimas que le inundaron los ojos y pregunta en voz baja:
—¿Crees que todo resulte bien?
No necesito que se explaye para entender a qué se refiere; yo también me he planteado esa duda un par de veces.
—Confío en que sí —respondo con sinceridad. La preocupación le transforma la expresión—. Y si no lo hace, te doy mi palabra de que encontraré el modo de que permanezcamos juntos.
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Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...