Un corto paseo por los barrios bajos que solía frecuentar en mi adolescencia, fue suficiente para conseguir lo único que me hacía falta para cerrar el contrato de alquiler de "mi nuevo hogar". Por una justa cifra en dólares, un fulano —con basta experiencia en el asunto —me proveyó de una flamante cédula de identidad. Ya no soy un maldito indocumentado, por lo que hasta puedo solicitar empleo en donde se me antoje.
—Danniel Ferránz —pronuncio con cierta afectación, tratando de acostumbrarme a su sonido.
Fue una excelente idea elegir un alias tan parecido a mi nombre verdadero; me facilitará acostumbrarme a él y no quedaré en evidencia cuando alguien intente captar mi atención, llamándome. Las iniciales son las mismas que he portado toda la vida, por lo que tampoco tendré problemas al estampar una firma.
Reviso cada uno de los papeles que me entregó: acta de nacimiento, certificados de estudios completos, licencia de conductor... Una vida nueva, totalmente diferente a la que tuve, abre sus puertas para mí y me da la ventaja necesaria para adelantarme a mis enemigos, a aquellos tras los que iré para cobrar mi venganza.
El hombre me mira por encima de unas gafas de vidrios gruesos, que le dan a su rostro un aspecto singular. Tengo la impresión de que espera una opinión sobre su trabajo, cosa que omito darle.
—Aquí está lo otro que me encargaste —dice al fin, extendiendo hacia mí el sobre que contiene la cédula de Victoria.
No era mi prioridad conseguirle documentos también a ella, pero... Van a hacernos falta cuando vaya a tener a su hijo, y no pienso arriesgarme a que descubran mi engaño por un detalle tan insignificante, como el que la rubia no tenga una puta identificación.
—Si se te ofrece alguna otra cosa...
—Sé cómo contactarlo —lo interrumpo.
Sin más, me levanto de la silla, giro sobre mi eje y —sin despedirme siquiera del fulano—, me alejo del bar de mala muerte en el que me citó para entregarme las identificaciones.
Al llegar al hotel encuentro a Victoria terminando de empacar su ropa y la del bebé, que fuimos a comprar luego de que en el hospital nos dijeran que todo iba bien con su embarazo. Según la doctora que la vio, le falta poco menos de dos meses para dar a luz.
—Mañana, temprano, iré a la inmobiliaria para firmar el contrato y recoger las llaves —le informo en cuanto ingreso a la habitación que compartimos desde hace más de una semana—. Cuando acabe con eso, vendré a buscarte para que nos mudemos de una bendita vez.
—¿No sería mejor que vaya contigo? —pregunta sin dejar de prestar atención a la tarea que tiene entre manos—. Podríamos ir a la nueva casa directamente desde allí.
—No puedes andar cargada con bolsos por media ciudad, podría hacerte daño. Y yo no puedo con tus cosas y las mías, y ocuparme también del resto de los detalles —contesto con tono seco. No quiero darle a pensar que su situación causa algún interés en mí, cuando lo único que busco es no complicarme la vida más de lo necesario—. Haremos las cosas como he dicho —sentencio.
La veo apretar los labios; estoy seguro de que lo hace para aguantarse la protesta que le gustaría soltarme. Sabe que no está en posición de imponer sus caprichos en este asunto —ni en ningún otro—, que solo le cabe aceptar callada mis decisiones, sin importar qué tanto le disgusten.
—Voy por algo para comer —le aviso, arrojando sobre la cama en que está sentada el sobre con su identificación—. Guarda bien eso, no lo vayas a perder; lo necesitarás más adelante.
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Espejos rotos ©
General FictionLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...