¡Atención!
El presente capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas.
***
La adrenalina que me recorre, al ritmo del pulso acelerado por las emociones y sumada a la falta de ventilación que convierten al sótano en un sitio sofocante, me han obligado a salir un momento en busca de aire fresco.
Allá abajo, aún esperan Mario Petraglia y —la casi moribunda— Evangelina de Lace.
«Estas consiguiendo que me sienta muy orgulloso de ti —se expresa la versión mental de mí—. Nada más, no te apures con la vieja. Aún no la has hecho sufrir lo suficiente.»
—Dudo que nos dure mucho más —comento—. Ha perdido suficiente sangre como para entrar en shock.
«¡Cierto! Pero, si le das tiempo a que se reponga, todavía podemos jugar con la maldita bruja un poco más. Todo lo que necesitas hacer, es evitar tocar las arterias, para que no se desangre tan rápido como el imbécil de Nico. Quizá deberías entretenerte un rato con el otro idiota...»
—El condenado viejo no es estúpido y sabe que es el siguiente, por lo que está expectante, a la espera de que le lance el primer ataque. No será fácil tomarlo por sorpresa y no voy a arriesgar todo por apresurar las cosas; tenemos que esperar a que se debilite un poco. Mario no será tan simple de dominar, como mi tía.
«Juega con su estabilidad mental —sugiere—. Hazlo gastar energía en encabronarse, relatándole cómo fue que murió su adorado hijito. Mientras tanto, dejas descansar a la harpía, para que se recupere y podamos retomar la diversión con ella.»
Otra vez, la sonrisa que dibujan mis labios se siente como si no fuera mía.
Tomo una inspiración hasta el límite de la capacidad de mis pulmones y froto mis ojos con la parte carnosa de mis palmas; retengo el aire tanto como puedo y luego lo suelto en un lento soplido. Entonces, regreso al sótano.
La sangre alrededor de la mujer de Egidio ha comenzado a tornarse una sustancia gelatinosa, que se pegotea en la suela de mis zapatos cuando me acerco para constatar si la maldita está inconsciente aún. Me agacho junto a ella y pongo mis dedos en su cuello, donde todavía se siente latir su débil pulso.
Cuando me enderezo de nuevo a la posición erguida, dirijo la mirada al hombre encadenado en la otra esquina de la mesa. Está de pie, con ambas manos apoyadas sobre la gruesa madera y el peso del torso recargado sobre ellas.
—Si en verdad querías evitarle tanto sufrimiento, habrías soltado la lengua ni bien le practiqué el primer corte —digo, con una serenidad que resulta sumamente cínica en estas circunstancias. Mario, apenas levanta la cabeza para verme—. Supongo que, después de todo, mi querida tía no era todo lo importante en tu vida que ella creía ser. ¿O si? —No contesta; solo aprieta los ojos, en un gesto que mezcla frustración y pena. Suspiro—. Tampoco fuiste muy bueno para proteger a tu familia, si vamos a ser sinceros...
Su mandíbula se aprieta con fuerza, pero es toda la expresión que consigo sacarle. El jodido infeliz está controlando demasiado bien su ira; tendré que esforzarme un poco más para conseguir mi propósito.
—Nico habló conmigo antes de morir —le cuento, sonriéndome con burla. El idiota toma una respiración honda y cierra las manos en puño—. Entiendo que no le permitieras visitarme...
La explosión de aire que suelta a través de los dientes apretados me provoca una carcajada, que interrumpe mi improvisado discurso. Estoy logrando mi objetivo: Mario Petraglia esta a un corto paso de sucumbir ante la furia que lo embarga; el odio con que mantiene clavados sus ojos en mí, es prueba de ello.

ESTÁS LEYENDO
Espejos rotos ©
Fiksi UmumLa verdad tiene muchas caras. Tantas, como personas hay involucradas en ella. Advertencia: La presente historia contiene material que puede herir la sensibilidad de algunas personas. Se prohíbe la copia y/o reproducción de esta obra en su totalidad...