11. Los sentimientos de Kilian.

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-¿Me responderá?- Hablé seria.

-¿Qué le gustaría saber concretamente? Sea clara conmigo.- Imitó mi seriedad.

-Señor Barnett, en esos libros se habla de bestias capaces incluso de asesinar personas, en esas páginas esos seres siempre suelen ser los villanos...-Me interrumpió.

-"Esos seres" como usted les llama, no son monstruos. Deje de creer semejantes calumnias. Solamente somos una especie distinta a la suya, los autores que usted leyó deben estar dementes para pintarnos de esa manera.

Me arrepentí de hablar de esa forma.

-Entiendo, lo lamento.

-Usted no tiene la culpa.
Señorita Wenzel, su padre, afortunadamente, no es más que un conocido para mí, un conocido que por desgracia sabe lo que soy. Ese hombre se ha enriquecido a costa de mí.

-¿A qué se refiere?- Me desconcertó la historia que comenzó a contar.

-Las personas como usted se aterran al enterarse de nuestra existencia, eso es un dolor de cabeza así que ya que ese tipo se enteró decidí callarlo con lo que más le atrae, el dinero. El señor Wenzel no tiene escrúpulos, qué más le daba deshacerse de usted enviándola lejos y, claro, sabiendo quien soy, pensó que sería bueno asustarla. Y al parecer no se equivocó.- Me dirigió una mirada pesada.

Desvié la vista apenada.

-No sé si está tan enfermo como para pensar que la asesinaría o algo por el estilo, porque puede estar tranquila, no haré eso. En cualquier caso vea esto como una oportunidad, de no haberle pasado por la mente a ese cretino lo más seguro es que buscara enriquecerse obligándola a estar en un matrimonio conveniente con quién sabe que clase de persona, alguien no muy distinto a su calaña.

A pesar de todo no me dolían sus palabras, sabía el tipo de persona que era "mi padre."

-Pero en fin, esa historia no me toca a mí contársela, busque respuestas en el señor Wenzel si es que le interesa escuchar esa basura.

-No estoy aquí sólo por eso.

-¿Ah, no?

-No. Quiero saber sobre usted, me intriga saber frente a quién estoy sentada.

-De acuerdo.- Volvió a sonreír arrogantemente.

-Ayer usted volvió a morderme, estaba dispuesta a alejarlo de mí, sin embargo sentí que no pude moverme ni un centímetro, fue casi como si se me hubiese ordenado quedarme quieta y nada hubiera podido hacer al respecto, mi pregunta es, ¿por qué?- Esperé su reacción.

Se levantó de su asiento para acercarse muchísimo a mí, recargué mi espalda lo más que pude en el respaldo. Sus ojos color jade parecían hipnotizarme.

-¿Se refiere a esto?- Dijo mirando mis ojos.- Se supone que los vampiros llamemos la atención de nuestra "presa." Sé que suena arrogante pero es por ello que suelen ser atractivos a la vista humana.

Ya decía yo que era innecesario que alguien fuera tan apuesto.

Kilian regresó a su asiento. Recuperé el aliento.

-¿Quiere decir que influirá en mi persona sin mi consentimiento?- Esa idea me daba terror.

-Podría hacerlo, pero puede estar tranquila, no soy esa clase de persona. Me disculpo por hacerlo esas dos veces.

"¡Sí, claro, seguro que una promesa de su parte me devolverá la calma!"

-¿Y por qué aquella vez en su habitación se encontraba tan mal? Parecía estar enfermo de verdad.- Continué mi interrogatorio.

-Ah, eso. Hacía mucho que no me alimentaba como lo hacemos nosotros, usted entiende, ¿cierto?

-Por desgracia.

-Debe saber que no somos monstruos, no pedimos nacer con esa necesidad, tampoco estamos muertos como narran esos cuentos absurdos, vivimos como ustedes lo hacen, claro con pequeñas diferencias.

-¿Qué quiere decir con eso?

-Nuestra vida suele ser más larga, mientras usted envejece, por un tiempo no habrá cambio alguno en mi apariencia.

-¿Quiere decir que seré una anciana y usted se verá como ahora?

-No, la diferencia no es tan extrema, pero digamos que pareceré de 40 cuando usted tenga alrededor de 60.

-Ya veo.- Miré mis manos.

-¿Le asusta saber todo esto?

-No, me asusta lo ignorante que he sido.

Kilian me dedicó una mirada extrañada.

-Es decir, no sé qué más pueda esconderme señor Barnett, eso es todo.- Aclaré.

-Sólo no intente atacarme con luz, no espere verme dormir en un ataúd, ni convertirme en murciélago.

-Jajaja.- No pude evitar reír.- No lo haré, no se preocupe.

El señor Barnett no parecía tan aterrador como antes, de hecho creo que escondía sentimientos como cualquier ser humano, jamás conocí a alguien tan misterioso, sentía la necesidad de estar cerca de él, conocerlo realmente.

-Ya se irá enterando de otras cosas con el tiempo.

-Espero que no me sorprenda demasiado.- Dije juguetonamente.

-¿Me hablará de usted también?- Preguntó.

-No hay mucho qué decir, usted ya conoce mucho de cómo era vida antes de venir aquí, ¿acaso quiere escuchar más de esa dramática historia?- Mi sonrisa se borró pero intenté esconderlo poniendo una falsa.

-Será como usted lo deseé.

"Este hombre me volverá loca si sigo intentando descifrarlo, a veces aparenta ser tan caballero y atento; y otras todo un patán. ¿Quién eres Kilian? ¿Quién eres en realidad?"

-Hay muchos libros aquí.- Hablé cambiando de tema.

-Puede leer cuanto quiera.- Dijo sorprendiéndome de nuevo.

-Le agradezco.- Me levante del sillón y empecé a leer títulos hasta toparme con uno que llamó mi atención. -¿Qué tal éste?

-Buena elección.

Parecía no haber incomodidad entre ambos, me perdí en el libro que había elegido y él continuó la lectura que se había visto interrumpida antes.

[NARRADOR.]

Anica se quedó dormida recargando su cabeza en aquél libro sobre una mesa.
Kilian se percató de ello luego de un buen tiempo.

Se quitó su saco y lo puso con delicadeza sobre la espalda de la chica frente a él.

Luego retiró un mechón del cabello de la joven que cubría su rostro y la miró atentamente unos minutos, sin darse cuenta se perdió en cada una de sus facciones.

-Lo siento mucho por usted, Anica. En ocasiones la vida es cruel y daña a las personas menos indicadas. Para desgracia suya, parece estar cargando con las culpas de su padre y tengo el presentimiento de que es quien menos lo merece.

Acarició con cuidado la cabeza de la bella joven.

-Para completar su desdicha, llegó a este lugar, parece ser que estoy condenado a ser su ruina, señorita Wenzel.

El señor Barnett sintió una fuerte opresión en el pecho mientras pronunciaba esas palabras.

-Duerma tranquila...

El Lúgubre Castillo BarnettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora