5. Mordida.

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Entré al no recibir respuesta alguna.

Me sorprendí, Kilian estaba sentado en el suelo, recargado en la cama. Se veía notablemente enfermo.

Dejé la vela en una mesa de la habitación. Me apresuré hacia el señor Barnett y me agaché frente a él.

-¡Por Dios! ¿Se encuentra bien? ¿Qué le pasa?- Me alarmé.

-Salga de aquí... Ahora mismo.- Ordenó sin fuerza en su voz.

-¿Cómo podría? ¿Acaso no se da cuenta de lo mal que está?- Me temblaban las manos, no me animaba a tocarlo para verificar su temperatura.

-He dicho que se vaya.- Insistió en un murmullo.

-Y yo le he dicho que no lo haré. Está pálido, debo pedir ayuda. Ahora regreso.- Estaba por levantarme cuando su mano, sosteniendo mi vestido, me detuvo.

-No llame a nadie, cierre la puerta.- Dijo aún deteniéndome.

Me soltó. Dudosa atendí y cerré la puerta.

-De acuerdo, no llamaré a nadie más pero usted debe permitirme ayudarle.- Condicioné.

No respondió, parecía muy débil sentado allí.

-Por favor, venga conmigo.- Pedí tratando de sostenerlo para que descansara en la cama.

-¿Qué hace?- Se resistió.

-Vamos, el piso está demasiado frío, puede hacerle daño permanecer allí.- Hablé suplicante y amable.

Volví a intentar levantarlo. Finalmente accedió. Me ayudó a sostenerse. Rodeé su cintura con mi brazo. Él de verdad tenía un cuerpo atractivo, pero continuaba dándome escalofríos.

Cuando se recostó en la cama, noté que mechones de su cabello cubrían sus ojos. Tomé valentía y con mis dedos hice a un lado su cabellera.
Se sorprendió un poco así que retiré mi mano rápidamente.

-Lo siento.- Me avergoncé.

-Por favor, salga de aquí, señorita.- Esta vez su tono de voz fue mucho más amable y dulce.

Me desconcertó. Pero no cedí.

-Le traeré un poco de té, quizá le haga bien.- Salí.

Regresé en poco tiempo, el seguía recostado, sus ojos permanecían cerrados; sin embargo llamé su atención al cerrar la puerta detrás de mí.

-Por favor, beba un poco. Escuché que decidió no probar bocado alguno, disculpe la intromisión pero dudo que eso beneficie su salud, así que al menos acepte esto.- Le acerqué la elegante taza.

No dijo nada, solo la tomó y dio un breve sorbo, luego la dejó en la mesa de noche, al lado de su cama.

-¿Puedo preguntar de qué enfermedad padece?

-Deje la curiosidad, no es conveniente para usted.- Volvió a tener ese aire frío y arrogante de siempre.

Acomodé las sábanas que lo cubrían, aún un poco molesta por su respuesta.

Lo miré y abundó por segundos el silencio. Afuera llovía calmadamente, trayendo con sigo un helado clima, noté que algunas gotas resbalaban por la ventana de la habitación.

De repente Kilian lanzó un pequeño quejido de dolor.

-¿Se encuentra bien? ¿Debería llamar a un médico?

-Sólo salga de aquí.

-Le repito que no puedo. Estoy algo temerosa de que pueda sentirse peor.- Dije nerviosa por la situación.

-No creo que pueda empeorar.

-Al menos, déjeme tomar su temperatura.- Insistí mientras acercaba mi mano a su cuello, para saber si había dejado de estar tan frío.

Puse mi mano en él, aunque por un muy breve instante. El señor Barnett tomó mi muñeca y en un ágil movimiento tiró de ella fuertemente haciéndome caer en la cama. Luego, sin pensarlo se puso encima de mí sosteniendo mis dos manos con las suyas, para evitar que me moviera.

-¿Qué le pasa? ¡Suelteme ahora mismo!- Luché.

-Le advertí de mil maneras que se mantuviera fuera de mi alcance.- Clavó su mirada en mis ojos.

-¿Qué va a hacer, Señor Barnett? Por favor, déjeme ir.- Supliqué vanamente.

Me sostuvo más fuerte, sentí pánico. Debí atender a mi sexto sentido que provocaba esa desconfianza en él, me autoregañé.

Entonces Kilian dejó de mirarme a los ojos, esta vez su vista iba hacia mi cuello.
Acercó su rostro al mío, yo lo giré para evitar cualquier tipo de contacto.

-Se lo ruego, no me haga daño, suelteme.- Mi voz se entrecortaba pero él parecía no escucharme.
Supe que su temperatura corporal aumentó por sus manos en mis muñecas.

-No se mueva, estará bien.- Me susurró. Una lágrima de terror rodó por mi mejilla.

Kilian acercó nuevamente su rostro, sin embargo esta vez fue a mi cuello. Permaneció unos breves segundos oliendo mi aroma.

Luego de eso sentí dolor... No pude creer lo que hacía, mordió mi cuello.

Me quejé de dolor, pero él no se detuvo, intenté pelear con todas mis fuerzas, pero sentí que ellas me abandonaban. Me sentía tan débil, mareada y confundida por todo. Sólo sé que comencé a llorar, por la sensación, el miedo y más que nada la impotencia de que, apesar de todo, mis intentos fueran en vano.

Finalmente, luego de algunos minutos, dejó de hacerlo. Respiré forzadamente, él parecía complacido.

-Me encanta su sabor.- Murmuró.

Nuevamente me llené de pánico, ¿qué fue todo eso? Me invadían las dudas.

Me sentía tan débil y mareada, pero no podía permanecer allí un instante más.
Como pude empujé a Kilian para liberarme.

Él no se resistió pues, de ser así, con mis pocas fuerzas jamás lo habría alejado un centímetro.

Me levanté de la cama y salí de la habitación.
Intenté moverme lo más rápido posible. Mi vista estaba nublada, sentía que el piso se movía, sin embargo me apoyé durante todo el trayecto con la pared y algunos muebles y objetos que encontraba.

Estuve a punto de caer en varias ocasiones debido a la confusión.

Pensé que estaba en una pesadilla, no entendía nada sobre el señor Barnett, tenía muchas dudas y pánico.

Finalmente logré llegar a mi habitación, cerré con seguro y caí en la cama.

Cerré los ojos mirando al techo y sin darme cuenta me quedé completamente dormida...

El Lúgubre Castillo BarnettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora