4. La enfermedad del señor Barnett.

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Después del nuevo encuentro que tuve con Kilian decidí retirarme a mi habitación y comenzar a trabajar sola en lo que me ordenó al principio.

Avance notablemente en el trabajo y él ni siquiera me buscó para realizar otra tarea.

Luego de pensarlo mucho me sentí mal dejándolo trabajar solo, así que a la mañana siguiente me levanté muy temprano y decidí que iría a su despacho y realizaría lo que me ordenara sin importar nada. Ésta vez no volvería a tratar de acercarme a él.

Era evidente que le molestaba mi presencia así que me daría por vencida respecto a llevarnos bien.

Me duché y vestí como de costumbre.
Me preparaba para ir al comedor intentando controlarme para no molestarme sin importar qué.

Llegué al enorme comedor nuevamente. Esta vez no había nadie en él. Me sorprendió pues Kilian solía levantarse muy temprano, incluso más que yo.

Me sirvieron el desayuno y comí sola, en completo silencio. Entonces salí y me dirigí al despacho pretendiendo encontrar allí al señor Barnett, toqué un par de veces pero no recibí respuesta alguna.

Decidí recorrer un poco el castillo y ver si mientras tanto había rastros de Kilian. Pasaron horas y nada.

Me adentré a la cocina donde algunas mujeres trabajaban limpiando y preparándose para la hora de comer.

-Buenas tardes.- Saludé con una sonrisa.

-¡Oh! Buenas tardes, señorita.- Dijeron al unisono al mismo tiempo que me hacían una pequeña reverencia.

-Por favor, no hagan eso, está bien. Y ¿pueden llamarme únicamente Anica?- Hablé amable y aún sonriendo.

-Lo lamento señorita pero el señor Barnett no lo permitiría.- Se disculpó una de ellas. - Si gusta puede pasar al comedor, en un momento le serviremos, no sabíamos que adelantarían los alimentos, lo siento.- Se dirigió nuevamente a mí con cierto nerviosismo.

-No, no se han adelantado, tranquila. Además insisto en que me llamen Anica, no importa lo que el señor Barnett diga, yo asumiré las consecuencias. Por favor no se preocupen.- Dije para todas. Ellas me dedicaron sinceras sonrisas.

-Está bien, Anica.

-Por cierto, estoy aquí porque necesito saber si alguien ha visto al señor Barnett.- Susurré cómicamente.

-No, no lo hemos visto, señorita. Hoy debe ser uno de esos días en que empeora su enfermedad.- Confesó la más joven.

-¿Enfermedad? ¿Quiere decir que él tiene algún padecimiento desde hace tiempo?- Me sorprendí.

-Sí, parece que sí. En ocasiones empeora y se la pasa todo el día encerrado en su habitación. No prueba bocado ni una sola vez.

-¿De verdad? ¡Qué imprudencia la suya! Eso puede ser más grave.- Regañé a la nada.

-Lo sabemos, pero no nos atrevemos a decírselo, él nos ha advertido no molestarlo cuando esto sucede.- Dijo tímidamente una de ellas. - Señorita, ¿por qué no lo intenta usted? ¿Son familia no es así?

-¿Yo? Oh, no creo poder hacerlo. Él y yo no somos familia ¿saben? La historia de cómo terminé aquí es difícil de contar y ni siquiera yo la entiendo muy bien...- Comencé a pensar.

-Entendemos, señorita. No tiene que contarnos de todos modos.

-Anica.- Corregí. - De cualquier forma no se preocupen demasiado, él debe saber lo que hace, supongo. Bien, me despido, gracias por la información, creo que iré a conocer un poco más el jardín. De verdad les agradezco.- Salí sonriendo.

Un rato del día lo pasé caminando y admirando las flores del castillo.
Traté de distraerme pero en mi mente se repetía una y otra vez la conversación con las cocineras.

-Así que Kilian está enfermo...- Pensaba. -¿Qué clase de enfermedad tendrá como para aislarse de esa manera? ¿Realmente estará bien solo?- Me inundaban las dudas. -¡Basta, Anica! No deberías preocuparte por él, menos después de cómo reaccionó ayer.- Me auto reprendía.

La noche empezaba a caer, no había comido nada el resto del día. Decidí volver a mi habitación.

Me recosté sobre la cama pero sentía una sensación de intranquilidad. ¿Y si algo malo le está pasando y nadie se entera? Me cuestioné cientos de veces...

Finalmente me decidí... Iría a ver qué es lo que realmente sucedía con Kilian.

Bajé a toda prisa las escaleras sosteniendo mi largo vestido para no tropezar, llevaba una vela en la mano para poder ver mejor y me dirigí directamente a la cocina.

Abrí la puerta, no había nadie excepto Robert, el chico que me presentó al señor Barnett la primera vez.

-Buenas noches, Robert ¿cierto?- Pregunté tímida.

-Así es, mi nombre es Robert.- Dijo el muchacho amablemente.

-Oye, Robert, ¿sabes por casualidad si alguien visitó la recámara del señor Barnett?

-No, señorita, nadie lo hizo. Él nos pide que no lo hagamos, dice que está bien.

-Entiendo pero, se supone que está enfermo. ¿No deberíamos asegurarnos de que realmente se encuentra bien?

-No lo sé.- Dudó rascando su cabeza.

-Robert, ¿puedes guiarme hasta la habitación del señor Barnett?- Pedí con amabilidad. -Por favor.

-Está bien, señorita. Sígame.- Salió de la cocina.

Comencé a seguir sus pasos aún con la vela en mis manos, subíamos escaleras obscuras, el clima era realmente frío y lluvioso.

Robert se detuvo ante una impresionante puerta. Era grande y con acabados igualmente elegantes como el resto del castillo.

-Es aquí, señorita.

-Muchísimas gracias, puedes ir a descansar, solo me aseguraré de que no le haya sucedido nada.

-De acuerdo, que pase una buena noche.- Se despidió con cortesía y me regaló una simpática reverencia.

Le imité.

Finalmente me quedé sola frente aquella puerta en medio del frío pasillo, tomé iniciativa y toqué.

Nada. No hubo respuesta.
Lo intenté de nuevo y un par de veces más. Nuevamente abundó el silencio.

Me preocupé.
-¿Y si algo le sucedió? Es por eso que no responde.- Me alarmé.

Tomé la manija de la puerta y llena de miedo la giré. La puerta cedió. Abrió y delicadamente la empujé.

Entonces entré.

El Lúgubre Castillo BarnettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora