41. Un trato con el enemigo.

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Cuando el antifaz desapareció, pude ver una egocéntrica sonrisa conocida.

-Buenas noches, hermosa dama.- Dijo haciendo una reverencia descarada.

-¡Dietrich! ¿Qué hace aquí?- Me puse a la defensiva sin dudarlo.

-Bueno, digamos que pasaba por el lugar y pensé en venir a saludar.- Me miró con diversión. -Ok, en realidad no. Vine a propósito, la verdad es que extrañaba a mi primo y a tan distinguida señorita.- Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza.

-¡Déjeme salir de aquí!

-¡Oiga, qué afición suya por tratarme así!

-¿Le parece poco todo lo que hizo?

Pasados unos días de que Dietrich atacó a Kilian, éste lo denunció ante las autoridades, por ende era buscado exhaustivamente, más aún por que no era una acusación de cualquier persona, sino del distinguido señor Barnett (y eso tenía mucho peso en épocas como ésta, así eran las cosas).

-De acuerdo, ¡basta! No tengo tiempo para charlas.- Habló con irritación.

Tenía razón, probablemente Kilian estuviera buscándome y no le convenía ser atrapado.

-Únicamente vine aquí para darle una oportunidad, señorita Wenzel.- Volvió a sonreír.

-¿De qué habla?

-¿Qué le parece unirse a mí?- Soltó sin rodeos.

-¡¿Cómo?!- No podía creer lo que escuché.

-Ayúdeme a obtener lo que deseo. Sabe de qué hablo.

Era lógico que se refería a la empresa.

-No es posible que su ambición llegue hasta este extremo.- Regañé.

-En la vida hay que ser ambicioso, señorita Wenzel.- Rió. -Usted cree que sólo son cosas materiales sin valor ¿cierto? Así que eso facilita todo para mí.- Se paseaba por toda la habitación.

-¿A qué se refiere?

-Si para usted, mi primo es más importante que lo material, entonces mi plan no le disgustara.

Lo miré con confusión.

-No me vea así.- Se me acercó y tomó mi barbilla obligándome a encontrar miradas. -Sé que está enamorada de Kilian, ¿o me equivocó?- Habló con sarcasmo.

No respondí, continuó sosteniéndome.

-Lo sabía.- Su sonrisa se amplió y sus ojos deambularon por mi rostro. -Qué envidia.

Me soltó y lanzó una carcajada.

-Sea claro, señor Ibonét.- Ordené.

-Lo que quiero decir es que si me ayuda, yo dejaré en paz a Kilian y a usted.- Propuso. -Piénselo, es una buena idea. ¿Qué más da perder algo sin valor si se queda con mi primo y su tranquilidad? Después de conseguir lo que quiero dejaré a alguien al mando y me iré de aquí, así dejaremos de vernos.

-¿Y qué es lo que quiere que haga?

-Para empezar, que persuada a Kilian de retirar su acusación. Puede decir que se equivocó, que no fuí yo a quien vio... ¡No lo sé, que sea creativo! Sin que usted le mencione jamás esta propuesta, claro está.

-¿Acaso piensa que Kilian no sospecharía si de la nada le pido algo así?- Me molesté.

-Todo depende de usted y cómo maneje la situación.- Volvió a empezar a caminar. -Soy hombre, sé que las damas como usted pueden hacer uso de sus encantos para convencer, y qué mejor oportunidad si sabemos que le atrae a mi primo. No desperdicie esa oportunidad.- Me hizo un descarado guiño.

No podía creer lo que acababa de decir.

-Piénselo, este salón es suficientemente grande como para que demoren en encontrarnos. Pero no tarde demasiado. Todo está a su favor, perder esta empresa es como quitarle un pelo a un gato para alguien como el distinguido señor Barnett. Siendo así, usted se queda con el hombre que desea, el resto de su fortuna y no vuelve a saber de mí, ¿acaso no es tentador? Ambos ganamos.

-¿Qué sucede si no acepto?- Me atreví a preguntar.

-Bueno, yo lo pensaría dos veces. Quizá no se ha dado cuenta, pero está en una habitación a solas conmigo. Y en caso de que decidiera no manchar mis guantes hoy, se arrepentiría de negarse, porque la próxima vez, no fallaría. Mi primo no tendría tanta suerte, y ni hablar de usted. Además, tienen personas importantes en su vida ¿no es así? ¿Para qué hacerlas correr riesgos no cree? Por lo tanto yo diría, que no tiene opción, ¿o sí?- Comenzó a aproximarse a mí nuevamente, esta vez con un aura amenazante y aterradora.

Puse mi mano frente a él para indicarle que se detuviera.

-De acuerdo, lo haré.- Dije sorprendida de mí misma. Pensé que si Dietrich quería jugar, entonces tomaría su juego. Al final veríamos quién resultaba perdedor.

-¡Siempre supe que era una chica inteligente!- Me aplaudió.

Me tendió la mano para "sellar" el trato.

-Váyase ahora.- Decreté.

-Muy bien.- Caminó hacia la salida, pero se detuvo al instante. -Cierto, lo olvidaba.

Sin previo aviso, tomó con una de sus manos mi cuello. Me sobresalté, estaba haciendo presión en él, no sabía qué pasaba por su mente pero sin duda estaba lastimándome.

-No se atreva a pensar siquiera en la posibilidad de traicionarme, porque será su fin y el de mi primo indudablemente. Empezando, claro está, por usted.- Aplicó más fuerza. Tomé su mano con las mías para apartarlo de inmediato.

No se opuso, me soltó. Involuntariamente comencé a toser e intentar recuperar el aliento.

-¡Está loco!- Reclamé aún recuperándome.

-¡Qué halago!- Se burló.

-Ahorrese las bromas de mal gusto y sólo salga de aquí.- Ordené.

-Cuidado con cómo me habla, parece que se preocupa por mí. Debería ser cautelosa, no creo que a mi primo le agrade esa idea.- Fingió preocupación.

-¿Preocuparme por usted? Sí, claro.- la frase emanó sarcasmo.

-Aunque si lo pienso mejor, me gusta que no le agrade a Kilian... Apuesto a que esto tampoco le gustaría...

Me tomó desprevenida. Sostuvo mi cintura y mi cabeza para acercarme a su cuerpo y mordió mi cuello.

Yo empecé a golpear su pecho tan fuerte como pude, a ordenarle que se detuviera. Pero, como de costumbre, mi cuerpo se hacía más débil con cada segundo que pasaba. A Dietrich no le pasaba por la mente atender a mis súplicas.

Cuando estaba por desvanecerme, me sostuvo con más fuerza sin detenerse. Bebía mi sangre con prisa y violencia, propio de su personalidad.

-¡Ya basta, por favor, deténgase!- Temí que no parara, seguía sin escucharme. Continué peleando pese a estar tan ajena a mí misma.

Finalmente soltó mi cuello, pero continuó cerca de mí. Lo empujé pero no se movió, respiraba frente a mi rostro mientras me observaba.

De pronto, sin verlo venir, me cargó y me llevó hasta un sillón que estaba en la habitación (parecía una alcoba de reuniones o algo así), una vez allí, me recostó sobre éste.

-Para que nunca diga, que no soy un caballero.- Alcancé a escucharlo decir susurrando.

Después perdí la conciencia...

El Lúgubre Castillo BarnettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora