Capitulo 7: Un Viejo Amigo

21 6 1
                                    

J

Me sentía extraña, Erick durante todo el camino a casa, no pudo dirigirme ni media palabra.

Me remordía la conciencia, estaba segura de que parte o todo lo sucedido había sido por culpa mía, y otra parte me gritaba que no era así, que fue necesario para que esa mujer estuviese bien atendida; pero tal vez era la manera de justificar mis acciones. Tenía tantas cosas en que pensar y esa emoción por conocer a ese tal Ryder, y aún si no fuese mi padre, me moría por escucharlo.

Me rodeaba el cuello aquel crucifijo que desde niña tuve en las manos, pero que durante años acumuló polvo en el armario de mi alcoba.

No tenía ganas de bañarme aun sabiendo que mí apariencia era un desastre. Ahora más que nunca quitarme la ropa se volvía un suplicio, pero me reconfortaba la idea de que en la regadera no habrían espejos o prejuicios… salvo los míos.

No podía mirar hacia abajo, el cristal solo me reflejaba el rostro, apenas me veía de reojo parte de los hombros y me hacía sentir contenta la idea de que al menos mis pechos se encontraban sin ninguna marca del pasado.

Comencé a sentir resentimiento, odio de no querer verme por culpa suya, de no poder vestir como quería y en mi sentir, tomé el colguije, rompí la cadenita de oro que la sujetaba al cuello, y lo lancé tan fuerte como pude; poco me importó si en algún momento ese adorno nos podía salvar de la crisis económica en qué estábamos, incluso me parecía de mayor importancia el posible daño al azulejo.

Es increíble lo mucho que alguien puede reflexionar con apenas unos minutos de sentir las gotas de agua recorrer su cuerpo, pero en aquellos efímeros veinte minutos no he logrado traerme nada de consuelo o una pizca de perdón.
Ya vestida, verme en el reflejo no se volvía tarea difícil. Al salir del cuarto, mi hermano se encontraba sentado en la que antes fue cama de Julissa.

-¿Dónde está tu cadenita- Preguntó al verme llegar.


-La he dejado olvidada en el baño, luego voy por ella, no quiero ir por todos lados como si fuese una monja o algo por el estilo.-finalmente podía verlo reír un poco - ¿Qué haces aquí? No estoy segura de sí sea algo bueno para ti.

-Sólo estaba recordando...

-¿Un recuerdo feliz o uno triste?

-¡Uno feliz! Cuando aprendí a andar en patines, ¿Lo recuerdas?

-¿Cómo olvidarlo? Caíste tantas veces que ya no querías seguir intentando. -Él me abrazó y yo lo recargue en mi pecho. - y yo...- quería seguir hablando, más me gana una sonrisa.

-Y cuando vi cómo tú también te caías quise seguir intentando.

-Me dejé caer, hermanito, yo ya sabía patinar- Ambos esbozamos una efímera mueca de alegría. - Yo quería que patinaras conmigo, pero para eso requería que aprendieras.

-¡Lo sé! Y cuando mamá nos vio mugrosos nos dio una buena chinga, más a ti que maltrataste el vestido.

-Pero aprendiste a patinar, es lo que importa!- dije para evitar que lo dicho por él me afectara, pues Julissa siempre tuvo algo en contra mía, algo que mi Erick parecía siempre ignorar. -Debemos pasar por Héctor y Cristina...

-¡Es verdad, vámonos!

La casa no se sentía tan distinta, era ya un mes desde que esa mujer no compartía nuestro mismo techo; si no lo pensaba mucho podía creer que seguía encerrada en un psiquiátrico. Algo me decía que Erick aun sentía que todo había sido culpa mía y tal vez tenía razón, después de todo, fui yo quien siempre quiso ver a Julissa confinada en un hospital.
Mientras subíamos al vehículo nos percatamos de que algunas personas se nos quedaban viendo, pero, la mirada más pesada fue la de un niño extraño que pasaba acompañado por su madre.

Una de nuestras canciones favoritas sonaba en la camioneta y los dos cantábamos como si todo aquello hubiese ya pasado y aunque Bruce Springsteen estaría decepcionado de nosotros, no nos importaba, pues, habíamos "nacido para correr".

Ya el resto de temas que sonaron eran de menos mención para nosotros, pero ello no hacía que dejáramos de cantar <<si es que así se le podía llamar>>.
Una vez que Cristina y Héctor estuvieron con nosotros, el ambiente se volvía más agradable, lo raro es que ellos se veían más desarreglados, con más pereza que la nuestra.

Las preguntas sobre lo que el hombre dijo y las teorías e hipótesis conspirativas no se hicieron esperar.
Estaba cansada, pero con más curiosidad que otra cosa. Mi amiga me miraba cada vez que yo cabeceaba con somnolencia.

El vehículo se detuvo bruscamente y para nuestra suerte no había cerca más automóviles. Al instante que la camioneta paro, una ambulancia se hizo presente a gran velocidad por la intercepción que estábamos por cruzar.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora