Capitulo 41: Sangre por Sangre

5 3 0
                                    

ZEBB

–¿Tú crees que en verdad nos dejará ir, Zebb? –dijo Héctor –. Creí que eras más lista.

–No, sois vosotros los que no entendéis ni gajo. Él os ha prometido paso seguro. Nieguen su oferta si así lo queréis, estoy segura de que Elena estará muy contenta cuando reciba tu cabeza, tío o vuestros padres la tuya, maja. Ustedes decidan.

Héctor me preocupaba, era impredecible, ambos lo eran. Cogí del cenicero un diminuto alfiler, mas tuve que hacerlo sin apartar la vista del retrovisor, pues cada segundo que no los observara podía servir para que cometieran una estupidez que pusiera en riesgo la vida de Cristina. Con la misma mano que sostenía el pequeño metal, empujé con el pulgar la cabecilla, haciendo que la punta se enterrase en mi palma, lo suficiente para que el pinchazo le diera un escape a la sangre. Por fortuna, tanto cuchicheo entre ellos había servido para que ignoraran lo que hacía. Estaba dispuesta, de ser necesario, en usar a uno de esos seres para evitarme otro mal rollo.

El viaje, debido a su silencio, por fin se estaba tornando apacible. Tenía la interrogante de si la advertencia que les dije fue suficiente para conseguir que no hablaran o se resignaran; sin importar el motivo, el que se callaran me resultaba positivo.

Presioné el botón adyacente a la puerta para bajar un poco la ventanilla. No era la fan número uno de los climas gélidos, <<no luego de haber pasado tantos años en las regiones cálidas de España>>, sin embargo, necesitaba sentir el viento frio pues la calefacción se estaba volviendo asfixiante.

Tragué en seco, a la par que presionaba las manos contra el volante. No lo hice por miedo al camino, sino por el pensamiento abrumador que me hizo necesitar una brisa tan fría como la idea que ahora rondaba en mi cabeza; sabía que, luego de sacar a Héctor y a Cristina del pueblo, tendría que darle la cara a Románov y a su familia, pues fui la boba que le dijo a los Virtanen como dejar en jaque a Damián. Los rusos ni siquiera necesitaban torturarme como penitencia, solo tenían que hacerme a un lado cual saco de basura, eso era más que suficiente para obtener el desprecio de mis padres luego de haber llegado tan lejos.

Seguía teniendo a Erick y quizá a Johana de mi lado, un pensamiento tan grato como el viento que iba alborotándome el cabello.

Poco perduró aquella calma debido a que, a la distancia y en el puente, pude divisar con la poca luz que llegaba hasta la construcción de concreto, un vehículo que ahí nos esperaba. No, no solo estaba aparcado, sino que yacía interpuesto como un obstáculo para el estrecho paso.

Seguí con algo de cautela y fui bajando la velocidad hasta que los faros terminaron iluminando la camioneta de mis padres.

–¿Qué está pasando? –cuestionó Cristina.

–No lo sé, aguarden –le repliqué, tras detener por completo la camioneta.

–¿Son tus papás? –insistió a voz alzada.

No la culpaba por temer. Al igual que ella, tampoco yo entendía lo que estaba pasando, ya que nadie podía anteponerse a las órdenes de Románov o de lo contrario sería considerado como un acto de traición.

–Es su plan, Zebb. ¡Te dije que no nos dejarían ir! –clamó Héctor –. ¡Retrocede, mierda, sácanos de aquí!

–¡Cierra el pico, hijo de puta!

–Zebb, por favor retrocede –suplicó Cristina.

Vi a mi padre bajar con un rifle a su espalda; luego a mamá, siguiéndolo como el cordero débil y sumiso que fue por tanto tiempo. Caminaron para con nosotros, con una calma que me resultaba abrumadora. Si estaban estorbando la salida, eso ya representaba un acto de rebeldía contra la Orden.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora