Capitulo 28: Ovejas y Siervos

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Tomé mi bolso sabiendo que el té que había preparado para Héctor le sería de ayuda.

Una vez que la mesa se fue desocupando y que Erick y Johana ya eran atendidos por Inessa Románov y su hermana, no tenía motivos para seguir en su presencia.

Cogí mi abrigo y mi partida al patio fue percibida solo por el padre de <<las mellizas>>, expresión con la que sus más allegados les hacían referencia a las mocosas malcriadas de: El Gran Maestro.

Me senté en una de las fuentes de piedra que adornaban el patio trasero de la gran casa, en un esfuerzo por que el viento calmase mi cabeza, la cual estaba hecha un lío por un mogollón de pensares y, aunque Noah no había objetado por lo sucedido con su madre, si me había rogado interceder por ella. Él merecía un intento, pues el chaval había alejado a Héctor de BarnowlTown, pese al desastre que fue llevarlo al hotel; aun así no tenía por qué acatar tal mandato, pero lo hizo.

Mi padre, acompañado por mi madre, quien se quedó a la distancia; se presentó a dónde yacía sentada. Sabía que estaría cabreado, pues su rostro de enojo era tan obvio y solo le faltaba gruñir.

-Padre...

Tan pronto me alcé, fui respondida con un fuerte bofetón en la mejilla, con la fuerza suficiente para hacerme caer de rodillas al piso. Antes de poder mirarle, me puse la palma en el cachete para mitigar el dolor con la temperatura invernal y, con la otra, recargarme en el adorno de mármol. No me sorprendía la manera en que ese hombre reaccionaba y al dolor...al dolor ya estaba acostumbrada.

Podía deshacerme de todo, de él y de la cobarde sumisa de mi madre cuando lo quisiese, más estaba imposibilitada de hacerlo por una lealtad a mi familia y a "La Orden".

Me incorporé, sin dejar de mitigar el ardor con el frio.

-No solo comprometiste a tu familia con tus acciones -dijo en nuestra lengua natal, sujetándome con sus gruesos dedos del brazo-, sino a toda nuestra gente.

-Ninguno pudo comunicarse al exterior, me aseguré de ello - repliqué, cabreada conmigo por lo acojonada que me sentía.

-¡Murieron tres de los nuestros! Debiste deshacerte de ellos cuando te lo ordenamos.

-Lo lamento, padre -dije, a la par que me arrodillaba ante él.

-Agradece que él aún requiera de nosotros y en especial de ti. ¡Ponte de pie! Aun tienes una tarea por cumplir.

-Hijo de puta -murmuré en castellano, sabiendo que no me entendería, estando a salvo de cualquier reprimenda.

Seguí a mis padres hasta la alcoba donde Héctor y Cristina descansaban. Erick y Johana seguramente ya se habían retirado con los Románov al templo, lo que me dejaba confusa, pues pasé más tiempo del que creí en el jardín casi desértico de la hacienda.

-Trae a la chica y al joven a la camioneta -mandó, dejándome por sabido que era una orden de Damián.

Me tendió un par de cintillas, pues tenía que volver a atarlos, un augurio nada satisfactorio. Me quedé en silencio, petrificada y confundida; no tenía sentido que quisieran llevárselos. No, tenía toda la claridad del cosmos, por eso esperaron a que los Virtanen no estuviesen.

-Lo haré yo entonces -clamó, ante mi duda.

-¡Venga, lo hare, carajo!

Sabía que no entendería mi dialecto, pero comprendería el arrebato de las cuerdillas, el cómo apreté la boca, gesticulando con rabia aquellas palabras, para terminar dándole la espalda.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora