Capitulo 45: The Danish

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CRISTINA

Héctor y Rebecca se fueron poco después de que nos metimos. Tuve que despedirme antes, sabiendo que a donde se dirigían podían pasar mil cosas. De no ser porque mi platónico iba en compañía de una mujer preparada para protegerlo, el miedo de dejarlo hubiese sido tan abrumador como lo era el sombrío lugar en el que Zebb y yo tuvimos que quedarnos.

La cabaña daba la impresión de ser de mayor espacio vista desde adentro. Tenía ventanales en el frente, así como en las dos paredes de los costados, protegidos por los retazos carbonizados de unas cortinas sin un color distinto al negro de casi toda la casa. Del techo quedaba muy poco, quedando aún algo del piso de la segunda planta y, por esos enormes espacios que faltaban, algunos copos de nieve se colaban.

Justo debajo del hueco más grande, casi en un centro preciso de la cabaña, estaban los restos quemados de las tablas que alguna vez formaron parte del tejado y el suelo. El fuego había conseguido que, de la mayor parte de toda la madera, se pudiera sacar una buena cantidad de carbón.

Me aferré con la mano derecha al crucifijo que recién quité de mi cuello y había guardado en el bolsillo de mi pantalón. Volví entonces la vista al techo, pero ahora éste ya no estaba roto sino completo. Parpadeé y solté la cruz, en ese momento las ruinas volvieron como al principio. No solo la casa parecía estar embrujada como los lugareños contaban, sino también el amuleto que llevaba.

–¿Todo en orden, maja? –cuestionó Zebb, sujetándome del brazo.

–La cruz, al tocarla... –respondí sin poder bajar la mirada, rozando con mis dedos de nuevo el oro del colguije. –Es extraño –añadí sin poder completar la frase, pues ahora las cortinas también estaban reparadas.

–¿Pero de qué coño estáis hablando, tía? ¿Qué es lo que ves?

Lo soltaba para regresar a los escombros y lo tomaba para que una nueva parte del lugar volviese a como fue antes del incendio, o al menos eso suponía.

–Hay una mujer al otro lado de la ventana, nos está observando –le respondí, con la cadenita enredada en la mano.

Se trataba de la misma que vi en el bosque, a la que seguí al interior de la cabaña y que luego se terminó esfumando.

Con la mano que tenía libre, agarré una de las viejas linternas de aceite que hace poco encendimos y, sin soltar a mi acompañante, caminé a la ventana de la pared principal desde donde era visible la dama. Cuanto más me le acercaba, su rostro se iba enrojeciendo. Cada paso que daba para llegar a donde estaba, por alguna razón le iba desfigurando la cara. Me detuve, tuve que mojar mis labios antes de siquiera continuar.

Caminé ignorando la voz de Zebb que insistente me pedía que siguiera describiendo lo que veía, pero no podía pronunciar palabras que lo explicaran, pues ni mis pensamientos estaban claros. Lo único lúcido era ver como la piel que alguna vez fue blanca de esa mujer, se laceraba, desprendía y ennegrecía como si se estuviese quemando.

–¿Eres real? –le pregunté sin poder evitar el titubear.

La silueta abrió la boca antes de que los labios se le desprendieran como pedazos de carne que fueron pasados por un humeante asador; los dientes los tenía negros como la brea y la lengua era ya ceniza; sus ojos ya no parecían los de una mujer, ni siquiera los de una persona, pues estaban hinchados casi a punto de salírsele por las órbitas y sus párpados le faltaban.

Lo que veía era digno de una pesadilla. No importaba cuantas veces hubiese tratado a un paciente de quemaduras en cualquier grado, nada se comparaba con esto.

Cerré los ojos, solté el crucifijo; pero al abrirlos creyendo que volvería y esa presencia se desvanecería, ahí seguía esa atormentada figura, ardiendo más y más en un incendio inexistente, o uno que al menos yo no podía vislumbrar.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora