Capitulo 34: El Peso de una Promesa

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HÉCTOR

Al amanecer vendrán por ustedes.

Solo Cristina podía pedir tal cosa, pero al final la hija de Románov aceptó su petición. La niña se retiró y, luego de varios minutos, el soldado que antes la acompañaba, nos entregó otro par de mantas. <<A un mes de la primavera finlandesa y aun hace este perro frio>>, me dije, mientras Cristina arrojaba una cobija y más agua hasta la celda de Ryder.

–¿Cómo se siente? –le preguntó Cristina al detective, tan pronto escuchó la puerta cerrarse. –Si hay algo que pueda hacer...

–No se preocupe, estaré bien.

–¿Vas a decirme que mierda pasó allá arriba? –le inquirí tajante, pues esta parecía estar ignorándome.

–¡Lo torturaron, eso pasó! Es un milagro que esté vivo. No quiero hablar de eso, ¿bien?

<< ¿Tortura?>> Aunque sentía un morbo culposo por saber a detalle lo que le habían hecho, la sangre en la ropa y cara de Cristina, auguraba el sádico averno al que se internaron al ser llevados arriba.

–Ven –le dije, guiándola a la cama.

Mojé algo de la merma de tela que aún quedaba de su blusa y con ella fui limpiando su mejilla, mientras ella me miraba y recorría con su pulgar mi mentón.

–No nos llevarán a la hacienda, Cristin, no ahora que sabemos de Ryder.

–Lo sé –intervino. Fruncí el ceño, esperando que me diera una explicación a su extraña petición por ducharse, a la par que seguí limpiando las gotas secas en su barbilla–. Zebb tiene dos celulares satelitales, no uno.

–¿De qué hablas?

–La noche en que me mandaste al diablo –respondió, desviando su mirada de la mía.

–Cristin...–le interrumpí, convencido del error que cometí aquel día.

–No, espera, no te estoy recriminando –respondió, dejando ambas palmas calentando mis cachetes –. Yo dormí en la habitación de Zebb. Mientras platicaba con ella o, más bien, me desahogaba con ella; Zebb abrió el buró a lado de su cama buscando unos clínex, ahí vi dos celulares.

–¿No te pareció extraño que una chica tuviera tres teléfonos?

–Pensé que eran celulares viejitos –dijo, agudizando su voz cual niña de papi –. No sabía cómo era un teléfono satelital hasta que tú ayer me lo dijiste.

–No –le dije, con desespero –, pudimos haber pedido ayuda cuando te saqué del ático.

–Lo sé, carajo, por eso ya no lo mencioné.

–¿Y si ya no está? ¿Y si no sirve? –le ataqué, quitando la tela de su semblante y ella respondió apartándose.

–¿Tienes alguna otra idea?

–No, lo siento.

Cristina alzó los hombros, luego me sonrió y con aquellos ojos fijos en los míos y su rostro ligeramente inclinado a la derecha, me hizo saber que quería que volviese a su lado, que me quería cerca de ella. Por si fuese poco, sacudió con lentitud su índice y en un total silencio me dijo que debía seguir limpiando las manchas que aún quedaban en su frente. <<Coqueta>>, solo así podía resumir su mirada.

Cuando por fin terminé, ambos nos acurrucamos, recostados en el rincón de la cama; ella con su cabeza reposando en mi pecho y yo con mis manos rodeándole el vientre. Al contacto con su piel, los guantes ya no me eran necesarios

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora