Capitulo 29: Estupidez o Clemencia

16 5 8
                                    

ZEBB

Me senté sobré la piedra más acogedora que encontré, alejada de todo y de todos. Estaba molida luego de una noche jugando al gato y al ratón, donde mi único descanso se presentó al quedar inconsciente. Mis pies y piernas estaban matándome.

Pese a lo que Alexandra hizo, sentía un apego por ella y Noah, quizá por las tantas veces en que cuidaron de mi cuando mis padres decidían hacerme a un lado por pasar días y noches orando a los dioses que, por años, jamás los escucharon.

-¿Podré despedirme? - preguntó Noah, cabizbajo, recargándose en el tronco de un viejo pino.

- Claro que sí, me aseguraré de ello personalmente -le contesté.

-Debemos irnos-agregó tendiéndome la mano, ayudándome a levantar

-Lo lamento -susurré, al instante en que me alcé y lo abracé.

-Hiciste lo que pudiste.

Asentí con hipocresía, pues ni siquiera había puesto objeción cuando se me pidió ser el vástago de la mujer, pero de eso él no podía enterarse. Me fue fácil decir que si, jurarlo incluso con desmedido fervor; pero ahora que los minutos habían trascurrido, la idea de hacerle algo me revolvía las entrañas; aun así, no podía volver a fallarle al Gran Maestro.

La tarde nos había cogido, la estatua de paja se había consumido y todos nuestros invitados estaban ya con sus estómagos repletos.

A la distancia, vi cómo los cuatro jóvenes se mantenían con cierta reserva entre sí, a excepción de Johana y Cristina, pues ella descansaba plácidamente en las piernas de la chica Virtanen. Erick y Héctor, por otro lado, apenas se dirigían la mirada.

Caminamos en dirección a ellos, dispuesta a que me acompañaran de vuelta a la hacienda, pero Románov se acercó a los Virtanen casi al tiempo en que Noah y yo estuvimos por darles alcance. Se interpuso entre nosotros y ellos, pidiéndoles que lo acompañasen de vuelta a la casona, prometiéndoles a los dos que sus amigos estarían seguros. Sin importar el motivo, lo obedecieron.

Héctor y Cristina subieron a la camioneta de mis padres, atados, pero ya sin ningún forcejeo.

Los hermanos tomaron asiento en el vehículo de Damián, después las mellizas; seguidas por sus patriarcas.

-¡Espera! -clamó Noah, deteniendo mi subir, aferrándoseme al brazo.

-¡Suéltame, pringao! -repliqué a sacudidas y molesta, pues no podía permitir la impresión de que su amistad menoscababa mi posición.

-No permitáis que mi madre sufra -musitó junto a mí oído.

-No tenéis que estar presente. Le pediré a una de las chiquillas que os acompañe a ver a vuestra madre, así podrás despedirte.

Él se giró y comenzó a alejarse sin la menor expresión, por lo que no tuve otra opción que subir a la camioneta.

Nos pusimos en marcha, dejando atrás a los fieles quienes, por tradición o recreación, volvían al pueblo a píe. Aquello no era ajeno a ellos, pues algunas de las grandes familias se retiraban en compañía de sus seguidores.

Ninguno de los Virtanen hablaba, ni siquiera entre ellos. Erick solo miraba al frente, su hermana tenía la atención puesta en el recorrido y el bosque a nuestro costado. Aunque la chavala cabeceaba, se aferraba en mantenerse despierta.

-Descansa un poco, querida -le dijo Aysel, siendo de interprete el joven Virtanen. -Ahora estoy segura de que Zebb no herró al traerlos. La ligereza con la que te movías, cariño...

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora