Capitulo 43: El Trueque de Zafiros

3 2 0
                                    

CRISTINA

Zebb controló a esos seres y los usó para salvarnos, su manipulación fue tanta que logró usarlo como a un escudo para nosotros. La criatura parecía cada vez más invencible, tan fuerte como para arrojar autos por los aires y con la facilidad de quitar vidas en un segundo. ¿Cómo matar a aquello que ni siquiera puedes herir, si este se desvanece a conveniencia?

<<La carnicería de hace rato, ¿tú la hiciste? ¿Tú le dijiste como matarlos? ¡No, fue ella!>>, me dije. Quizá, y solo quizá, había actuado adelantándome a la razón al haberla perdonado tan fácil. <<Ciega o no, sigue siendo peligrosa>>. Tantos pensamientos y yo sin dejar de verla.

Tenía a Zebb tomada de la mano, tuve que hacerlo luego de que estuviese a punto de tropezar en al menos tres ocasiones. Traerla, casi como si fuese ella quien me seguía, era extraño; pues de pronto sus pasos eran torpes y luego audaces. Durante mis guardias en el hospital había tratado con pocas personas que padecían de ceguera parcial o total, pero ese pequeño puñado no me había preparado para lo que con esta chiquilla estaba viviendo. Era como si la vista de Zebb se fuese y volviera.

Su condición poco debía importarme, más ahora que teníamos que encontrar un modo de sacar a Ryder de su celda y nuestra única aliada ya no tenía sus macabros poderes. << ¿Por qué no siento asco por ti? Mataste a mis captores y a tu padre con la misma brutalidad con la que una de las gemelas rusas acabó con quienes me agredieron. Odié a la hija de Románov por ello, ¿por qué a ti no te puedo odiar?>>.

Tuve que detenerme, pues una sensación extraña me recorrió los nervios, quizá era miedo o desconfianza, pero no podía seguir tomándola de la mano.

–¿Todo bien, maja?

–Sí, perdonen, solo estoy algo cansada –les dije.

–¿Estás segura? –insistió Héctor, con esa expresión sobreprotectora en el rostro.

–La cabaña no está lejos, dos minutos si nos damos prisa. Tía, quedaos aquí y reposa. Y Héctor, vendrás conmigo – ordenó.

–Él no te importa. No te dejaré a solas con él para que lo traiciones –espeté, externando ese miedo que resguardaba

–No voy a dejarla, Zebb.

–¡Venga ya!, vale, no se fían de mí y lo entiendo –nos refunfuñó, masajeándose la sien con la yema de los dedos –, pero si aún tienen cautivo al poli, habrá quienes lo custodien. Echaremos un vistazo y volveremos, ¡lo prometo! –agregó, extendiendo su dedo meñique.

–Pinquipromesa entonces. Ve, corazón, yo estaré bien –le dije y él asintió –. Cuídense, ¿sí? No quiero tener que ir a rescatarlos.

–Cógela, Cristin –intervino Zebb, dándome el arma que fue de su padre.

–Jamás he usado una.

–Es simple –aseguró de tajo, ladeando el arma para que la viera de costado –, quitas el seguro y luego bajas el martillo, apuntas y presionas el gatillo. No dudes, maja, porque nadie aquí lo hará por vosotros. Y eso va para ti también, tío. ¡Andando!

En cuanto partieron, tomé algunas de las hojas más grandes que encontré en el piso, ramillas y maleza, luego las puse sobre la lámpara y alrededor. Las luces provenientes del cielo poco podían hacer contra la oscuridad del frondoso bosque, por lo que tener una linterna alumbrando sin reservas sería visible con facilidad, pero aún así no pensaba quedarme en la penumbra absoluta.

<<Manipulada, raptada, amenazada, golpeada y abusada>>, enlisté mientras arrojaba algunas piedrecillas cercanas al tronco caído en el que estaba sentada.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora