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–Seré franca, Erick: no entiendo a esa tía –Esa era la voz de Zebb y su figura, la cual aún veía borrosa–. ¿Decidir a Héctor antes que a vos? Eres valiente, lo admito. De hecho, los cuatro lo son; pero, si seguís así, haréis que os maten.
Miré, algo desorientado, el alrededor. Estábamos sobre un vehículo, una camioneta donde el conductor llevaba la ropa de un policía forestal y Zebb, estaba en el lugar del copiloto, hablándonos sin voltear, pues nos veía a través del retrovisor.
Busqué hacer memoria, pero no podía recordar nada que no fuese a la criatura dejándonos sin escapatoria.
–¿Estás bien? –Me preguntó Johana, la cual yacía sentada a lado mío.
Asentí.
–¿Y tú?
–Lo estoy. Tranquilo.
–¿Adónde nos llevan? –Pregunté.
–Paciencia, majo. Prometo que obtendréis respuestas, aunque no será de mí.
La cabeza al fin dejaba de darme vueltas, trayendo el recuerdo de aquella imponente bestia escuálida y el olor nauseabundo y acido que emanaba de sus fauces; un vaho que de algún modo nos había hecho perder la conciencia.
Bajé la mirada, extrañado de que nuestras vestimentas fuesen distintas a las que teníamos antes de quedar inconscientes. Portábamos un par de túnicas de un impecable color blanco; el bordado, abarcaba gran parte del pecho y casi podía jurar que estaba hecho con algún hilo a base de oro, pues brillaba como tal, resaltando así el símbolo que antes distinguió a nuestra familia.
–¿Qué fue lo que pasó?
–Los he pillado, Erick –Respondió, a la par que sujetaba su cabello con una liga. –. Que guay os queda ese color, tío.
Nuestras manos estaban sueltas, pues entre la chica y nosotros había una rejilla de protección. Como no podía ser distinto, los seguros de las puertas estaban abajo y, quizá, la única manera de quitarlos, era desde el asiento del conductor.
–La madre de Noah, ¿Está bien? ¿Dónde está?
–Está sana. Ahora, por favor coman algo –Respondió, indicándonos con el índice que miráramos para el suelo del auto, donde estaban un par de bolsas de papel. –. No sé qué jalea le guste a Johana, personalmente prefiero la de fresa, pero sé que vos preferís de piña. Preparé un emparedado de tres sabores diferentes, tomen el que más les apetezca, aunque el jugo no es opcional.
Johana tomó la bolsa, la abrió, pero se abstuvo de pasarme cualquier cosa. Posó su mirada en Zebb, con un semblante de desconfianza.
–¿Qué? ¿Vais a pensar que quiero envenenaros? Si os quisiera muertos, ya lo estarían, querida. Sois mis invitados, ¿lo olvidaron? ¿Qué tipo de anfitriona sería si os asesinara?
–Toma, hermano –Me dijo, dándome el pan con mi mermelada favorita y uno de esos jugos de cajita sabor manzana, pues ella sabía que, entre las opciones, esos eran mis preferidos. –. ¿Dónde están Héctor y Cristina?
–¡Si hablas! –Le espetó burlona. –Pronto estarán con vosotros, pero primero deberéis conocer a alguien.
–¿A Románov? –Replicó y la finlandesa asentó.
Cerré el puño, estrujando la tela de mi túnica, fastidiado por tanto misticismo y el comportamiento tan confuso de Zebb, la cual ya no parecía la misma chiquilla reservada que conocimos. El trato que estábamos recibiendo no era el de rehenes comunes y eso empeoraba las cosas, pues no sabía de qué manera terminaría lo que nos estaba sucediendo.
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Virtanen: Sangre de Serpiente
Kinh dịPara cumplir una última voluntad testamentaria, un grupo de amigos se deciden a viajar a un rustico pueblo ubicado en el Norte de Finlandia. Además de enfrentar el frio del lugar, deberán afrontar que son presos de una oscura historia familiar y enc...